El amor de Estela y Fuego



Había una vez en un reino muy lejano, un pueblo llamado Luzterra, donde el sol siempre brillaba y la alegría reinaba entre sus habitantes. En este lugar vivía una joven llamada Estela, que soñaba con encontrar un amor eterno. Estela era conocida por su belleza y su bondad, pero un día, un oscuro desequilibrio se cernió sobre el pueblo cuando llegó un ser extraño llamado Fuego.

Fuego era un espíritu travieso que había sido desterrado de su hogar en el oscuro bosque de Sombría. A diferencia de los demás, él no brillaba, sino que su presencia provocaba un ambiente sombrío y frío. Pero lo que Estela no sabía es que Fuego tenía un corazón lleno de amor, un amor diferente y especial.

Una tarde, mientras paseaba por el bosque, Estela escuchó un susurro:

"Ayuda, por favor, ayúdame..."

Curiosa, decidió seguir la voz. Al llegar a un claro, se encontró con Fuego, quien atrapado en un círculo de sombras, parecía triste.

"¿Quién sos? ¿Por qué estás aquí?" preguntó Estela.

"Soy Fuego, el espíritu de la oscuridad, y vine aquí por error. Siempre quise conocer la luz, pero nunca pensé que encontraría a alguien tan... dulce como vos".

Estela sintió una extraña conexión con Fuego. Aunque todos los demás en el pueblo lo consideraban malo y antinatural, ella vio en él algo especial.

"No sos malo, Fuego. Creo que cada uno tiene su luz interior. ¿Te gustaría salir de aquí y ver el pueblo?"

"Pero... ¡soy un espíritu de la oscuridad! No encajo en tu lugar brillante".

Estela, decidida a demostrarle lo contrario, tomó la mano de Fuego y lo llevó al pueblo. Sin embargo, al llegar, todos creyeron que su llegada traería desgracia.

"¡Fuera, fuera, espíritu maligno!" gritaron los aldeanos.

"¡No lo es! ¡Es un amigo!" defendió Estela.

A pesar de su valor, el pueblo entró en un descontrol. La alegría se volvió tristeza, la luz se apagó y Luzterra se llenó de sombras. Estela, preocupada, solicitó la ayuda de los sabios del pueblo:

"No podemos vivir en un lugar donde haya desbalance entre el bien y el mal. Necesitamos encontrar una manera de que Fuego acepte su luz".

"Pero, ¿y si no puede?" preguntó un anciano.

"No lo sé. Pero debo intentarlo," respondió Estela con determinación.

Esa noche, Estela se reunió con Fuego en el claro del bosque.

"Fuego, todos en el pueblo están sufriendo por tu llegada. ¿Por qué no intentas mostrarles que también podés brillar?"

"No sé cómo. Soy solo oscuridad".

Estela se acercó y dijo:

"Nunca subestimes tu capacidad de cambiar, Fuego. Aceptá que hay más en vos. La luz y la oscuridad pueden coexistir, pero todo empieza con un pequeño destello".

Fuego cerró los ojos e intentó recordar los momentos en los que había sido feliz. Poco a poco, su esencia comenzó a cambiar, hasta que de su interior salió una chispa. Los arboles a su alrededor comenzaron a brillar con tinte dorado.

"Mirá, Fuego, ¡lo lograste!" gritó Estela entusiasmada.

"¿Me aceptarán ahora?"

"¡Por supuesto! La luz y la oscuridad hacen al mundo completo!"

Con miedo, Fuego se acercó al pueblo. Los aldeanos, viendo su transformación, comenzaron a sentirse atraídos por su luz.

"¿Es realmente él?" murmuró uno de los niños.

"¡Es hermoso!" exclamó otro.

Fuego sonrió, y con ese gesto, todo el pueblo brilló en una mezcla de colores. Así aprendieron a aceptar la dualidad de la vida y a incluir a todos, sin importar cuán diferentes fueran.

Desde ese día, Estela y Fuego se convirtieron en amigos inseparables. Juntos, enseñaron a Luzterra que el amor también se encuentra en lo inesperado. Y así, en el corazón de aquel pueblo, la luz y la oscuridad coexistieron, creando un equilibrio divino.

Y colorín colorado, este cuento ha acabado.

FIN.

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