El amor de la Emperatriz y el dragón bondadoso
Había una vez en un lejano reino, la Emperatriz Enoch que era conocida por su belleza y sabiduría.
Estaba casada con el bondadoso Emperador, pero a diferencia de lo que se esperaba en la sociedad, ella tenía varios amantes y un harén de concubinos hombres a su disposición. La Emperatriz Enoch era una mujer muy independiente y no creía en las normas tradicionales que limitaban el amor.
Creía firmemente en la libertad de amar a quien quisiera, siempre con respeto y sinceridad. Sus amantes eran caballeros valientes, artistas talentosos y pensadores profundos que admiraban su espíritu libre. Un día, llegó al reino un terrible dragón que amenazaba con destruirlo todo.
El Emperador convocó a sus mejores guerreros para enfrentarlo, pero ninguno lograba vencer al feroz dragón. La Emperatriz Enoch decidió entonces intervenir y demostrar que el valor no tiene género.
Con valentía y astucia, la Emperatriz Enoch se acercó al dragón y entabló una conversación con él. Descubrió que el dragón estaba enfadado porque se sentía solo y incomprendido. La Emperatriz Enoch le ofreció su compañía y amistad, mostrándole que no todos los seres humanos eran malvados.
El dragón, conmovido por la bondad de la Emperatriz Enoch, decidió perdonar al reino y convertirse en su protector. A partir de ese día, velaba por la seguridad del reino y nunca más causó problemas.
La gente del reino aprendió entonces una valiosa lección: no juzgar a los demás por sus elecciones amorosas o estilo de vida, sino valorar su nobleza de corazón y sus acciones positivas hacia los demás.
Y así, la Emperatriz Enoch demostró que el amor verdadero va más allá de las convenciones sociales y puede manifestarse en diferentes formas sin hacer daño a nadie. Vivieron felices para siempre en un reino donde reinaba el respeto mutuo y la aceptación de las diferencias.
FIN.