El amor de Lucas por la maestra Rosa
Lucas era un niño de seis años que asistía a la escuela primaria en un pequeño pueblo. Desde el primer día de clases, se quedó maravillado con su maestra, la señorita Rosa.
Ella era joven, amable y paciente, y siempre estaba dispuesta a escuchar a sus alumnos. Lucas se sentía atraído por su calidez y su sonrisa contagiosa. Desde ese momento, no podía dejar de pensar en ella.
Todos los días, al llegar a la escuela, Lucas corría hacia su aula con emoción, ansioso por ver a la señorita Rosa. -Buenos días, señorita Rosa –saludaba Lucas con una gran sonrisa. -Buenos días, Lucas. ¿Cómo estás hoy? –respondía ella con cariño.
Lucas sentía un cosquilleo en el estómago cada vez que la veía. Durante las clases, él prestaba atención a cada palabra que ella decía, y sentía que el tiempo volaba cuando estaba en su aula.
A pesar de que los demás niños jugaban en el recreo, Lucas prefería quedarse cerca de la señorita Rosa, ayudándola con tareas pequeñas o contándole historias divertidas. Ella siempre lo escuchaba con atención y le dedicaba tiempo, lo cual hacía que Lucas se sintiera especial. Sin embargo, la diferencia de edad entre ellos era evidente.
Lucas era un niño pequeño que apenas estaba comenzando su educación, y la señorita Rosa era una mujer adulta con responsabilidades. A pesar de esto, el cariño de Lucas hacia su maestra continuaba creciendo.
Un día, durante una clase de arte, Lucas decidió hacerle un regalo especial a la señorita Rosa. Con mucho esmero, creó un dibujo colorido y detallado que representaba a los dos juntos, sonriendo y tomados de la mano.
Cuando se lo entregó, la señorita Rosa no pudo contener su emoción al ver el hermoso gesto de Lucas. -¡Qué lindo dibujo, Lucas! ¡Gracias! Lo voy a colocar en un lugar especial –dijo ella conmovida.
A pesar de que la maestra valoraba el gesto de Lucas, sabía que debía manejar la situación con cuidado debido a la diferencia de edad. Sin embargo, no quería herir los sentimientos de su querido alumno.
Por otro lado, Lucas no entendía por qué a veces la señorita Rosa evitaba estar a solas con él o por qué a veces parecía distante. Esto empezó a generar confusión en el pequeño, quien no comprendía las complejidades de las relaciones humanas.
Una tarde, al finalizar las clases, la señorita Rosa decidió hablar con Lucas para aclarar las cosas. -Lucas, ¿te gustaría charlar un rato conmigo? –le propuso la maestra con dulzura. -¡Sí, señorita Rosa! –respondió emocionado el niño. La maestra y Lucas se sentaron en un rincón del aula, frente a frente.
-Quiero que sepas que me encanta tenerte en mi clase. Siempre me alegras el día con tu entusiasmo y tu cariño.
Pero debes entender que yo soy una adulta y tú eres un niño, y hay cosas que son diferentes –explicó la señorita Rosa con paciencia. Lucas la escuchaba atentamente, tratando de comprender lo que ella le estaba diciendo. -¿Significa que ya no te caigo bien, señorita Rosa? –preguntó con tristeza en los ojos. -¡No, para nada, Lucas! Siempre vas a caerme bien.
Lo que quiero decir es que nuestro cariño es especial, pero cada uno tiene su lugar y su tiempo, ¿entiendes? –contestó ella con ternura. -Creo que sí, señorita Rosa.
Aunque no lo entienda del todo, yo siempre voy a quererte –dijo Lucas con sinceridad. La señorita Rosa abrazó a Lucas con cariño y sintió el amor puro y genuino que él sentía por ella.
A partir de ese día, su relación se fortaleció, y la maestra se esforzó por brindarle a Lucas el cariño y la atención que necesitaba, siempre cuidando los límites.
Con el tiempo, Lucas comprendió que el amor puede manifestarse de diferentes maneras, y que el cariño que sentía por la señorita Rosa podía seguir creciendo sin necesidad de ser romántico. A medida que pasaban los años, su vínculo se transformó en una amistad fuerte y duradera. Lucas siempre recordaría con cariño aquellos días de escuela en los que conoció el amor incondicional hacia su maestra.
Y la señorita Rosa valoraría por siempre el afecto puro y sincero de su querido alumno.
Ambos aprendieron que la verdadera belleza del amor está en las conexiones genuinas que creamos con las personas que nos rodean, sin importar la edad o las circunstancias. Al final, lo que importa es el cariño y la dedicación que ponemos en cada relación.
FIN.