El amor de mamá no tiene igual



Había una vez una mamá oveja llamada Lola que vivía en una hermosa pradera junto a su pequeña cría, Lunita.

Lola era una madre amorosa y siempre se aseguraba de cuidar y alimentar a su hijita con todo su cariño. Sin embargo, un día algo extraño ocurrió.

Cuando Lunita le pidió a su mamá que le diera un poco de leche, Lola se negó y le dijo: "Hijita, ya eres lo suficientemente grande para comer pasto como los demás animales. No necesitas más mi leche". Lunita quedó desconcertada y triste por la respuesta de su mamá.

Luna llena en el cielo estrellado - ¿Por qué no me quiere dar leche? - preguntó Lunita con lágrimas en los ojos. - Mi querida hijita - respondió Lola -, ha llegado el momento de que aprendas a valerte por ti misma y a ser independiente. Comer pasto es lo mejor para ti ahora.

Lunita no entendía por qué su mamá había tomado esa decisión tan repentina. Se sentía confundida y desamparada, pero decidió aceptar el reto que su madre le había dado. Así comenzaron los días de Lunita comiendo pasto junto al resto del rebaño.

Aunque extrañaba la dulzura de la leche materna, poco a poco fue adaptándose a esta nueva forma de alimentarse. Sin embargo, algo dentro de ella seguía sintiendo que faltaba algo importante en su vida.

Un día soleado mientras pastaban juntas bajo un árbol frondoso, apareció un viejo y sabio búho llamado Baltazar. Este búho había observado a Lunita desde que era una pequeña cría y le tenía un gran cariño.

- Buenos días, querida Lunita - dijo el búho con su voz serena y sabia. - Buenos días, Baltazar - respondió Lunita con curiosidad -. ¿Qué te trae por aquí? Baltazar se acercó a ella y le contó una historia muy especial sobre las ovejas de la pradera.

Les explicó que las mamás ovejas solían darle leche a sus crías hasta que estuvieran lo suficientemente fuertes para comer pasto. Pero también les enseñaban otras cosas importantes como el amor, el cuidado y la protección.

Lunita quedó sorprendida al escuchar esto. Comenzó a entender que su mamá no le había negado la leche porque no la quisiera, sino porque quería enseñarle algo valioso para su vida.

Con esta nueva perspectiva en mente, Lunita decidió hablar con su mamá Lola para expresarle sus sentimientos. - Mamá, entiendo ahora por qué me pediste que comiera pasto en lugar de darme más leche - dijo Lunita con ternura -.

Sé que solo quieres enseñarme a ser independiente y fuerte. - Oh, mi dulce niña - exclamó Lola emocionada -, siempre he deseado lo mejor para ti. Quiero verte crecer feliz y segura de ti misma. A partir de ese momento, madre e hija encontraron un equilibrio perfecto.

Lola continuaba cuidando de Lunita y enseñándole importantes lecciones sobre la vida en la pradera, mientras que Lunita aprendió a confiar en sí misma y a valorar el amor de su mamá de una manera más profunda.

Así, Lunita creció rodeada del cariño y la sabiduría de su mamá Lola, convirtiéndose en una ovejita fuerte e independiente.

Y aunque siempre recordaría ese primer sorbo de leche materna con nostalgia, sabía que lo más importante era haber encontrado el amor y la guía incondicional de su mamá. Y así termina esta historia, donde aprendemos que cada experiencia tiene un propósito y que el amor y la comprensión siempre estarán presentes para ayudarnos a crecer.

FIN.

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