El Amor de Pato y Conejo



En un hermoso bosque donde los árboles daban sombra y las flores pintaban el suelo de colores, vivían dos amigos: Pato y Conejo. Ambos eran muy distintos pero se querían muchísimo. Pato tenía plumas amarillas y un corazón siempre alegre. Conejo, en cambio, tenía orejas largas y una curiosidad inagotable.

Un día, mientras paseaban por el bosque, Conejo se topó con una pequeña flor marchita.

"¡Mirá, Pato! Esta flor se ve muy triste. ¡Debemos ayudarla!" - dijo Conejo, con voz preocupada.

Pato miró la flor y asintió con la cabeza.

"Sí, Conejo. Pero, ¿cómo podemos ayudarla?" - preguntó Pato, rascándose la cabeza.

Conejo pensó por un momento.

"Quizás necesite más luz del sol y un poco de agua. Vamos a buscar a la señora Tortuga, ella siempre sabe qué hacer con las plantas".

Ambos amigos corrieron hasta la casa de la señora Tortuga, quien estaba disfrutando de su almuerzo.

"Señora Tortuga, encontramos una flor marchita en el bosque. ¿Podría ayudarnos?" - pidió Conejo, con sus ojitos grandes llenos de esperanza.

"Por supuesto, queridos. Las flores necesitan amor y cuidado, como nosotros. Vayamos juntos a ayudarla" - respondió la señora Tortuga, sonriendo.

Juntos, caminaron de regreso a la flor. La señora Tortuga se agachó y comenzó a hablarle suavemente.

"Querida flor, no estés triste. Te traemos luz y amor. A partir de hoy, te cuidaremos". Mientras decía esto, comenzó a regar la flor con agua fresca.

Conejo saltaba de alegría. Pero Pato notaba algo raro, algo que no lo hacía sentir del todo bien.

"Señora Tortuga, me preocupa que la flor nunca vuelva a ser feliz. ¿Y si no crece?" - dijo, un poco preocupado.

"Pato, a veces las cosas tardan en crecer y florecer. Necesitan tiempo, cariño y paciencia" - explicó la señora Tortuga.

Con el tiempo, Conejo y Pato visitaban a la flor cada día. Le cantaban, le contaban historias y la rodeaban de amor. Pasaron días, semanas y hasta meses. Pero, a pesar de sus esfuerzos, la flor no parecía mejorar.

Un día, un grupo de mariposas se posó cerca de ellos. Una de ellas se acercó y dijo:

"¿Por qué están tan tristes?" - preguntó la mariposa, revoloteando alrededor.

"Hemos estado cuidando esta flor, pero parece no mejorar" - respondió Conejo, arrugando su nariz.

La mariposa sonrió y dijo:

"Quizás la flor necesita más que solo amor. A veces, también necesita ser liberada. Las flores son parte del ciclo de la vida, y a veces deben dejar espacio para nuevas.”

Conejo y Pato se miraron, asombrados por las palabras de la mariposa.

"Tal vez sea el momento de dejarla ir, ¿no crees, Pato?" - sugirió Conejo, un poco dudoso.

"Sí, creo que sí. Pero, ¿cómo lo hacemos?" - preguntó Pato.

La mariposa les dio una idea brillante.

"Podemos hacer una pequeña ceremonia. Digamos adiós, y deseémosle un buen viaje."

Así lo hicieron. Prepararon un hermoso lugar alrededor de la flor, decorándolo con hojas verdes y pétalos de diferentes colores. Conejo, Pato y la señora Tortuga se reunieron con algunas mariposas para despedirse de la flor.

"Querida flor, gracias por los momentos compartidos. Te dejamos ir con todo nuestro amor" - dijo Conejo, mientras las lágrimas se asomaban en sus ojos.

Pato también se despidió.

"Siempre te llevaremos en nuestros corazones" - dijo Pato con voz temblorosa.

Después de la ceremonia, la flor sorprendió a todos. Se iluminó con colores brillantes, y de repente, empezó a crecer a una velocidad impresionante. Conejo y Pato se quedaron boquiabiertos.

La flor se transformó en una hermosa planta llena de vida y color.

"¡Mirá, esto es increíble!" - gritó Conejo, saltando de felicidad.

"¡Lo logramos, Conejo! A veces, para amar, hay que saber soltar..." - respondió Pato, con una sonrisa de alivio.

Desde ese día, Pato, Conejo y la señora Tortuga aprendieron que el amor no solo se trata de cuidar, sino también de dejar ser y permitir que las cosas crezcan por su propio camino. A veces, el mejor amor es el que permite que otros sean libres.

Y así, los tres amigos continuaron sus aventuras, llevando alegría y amor por todo el bosque. Y siempre que veían una flor, recordaban la lección aprendida: el amor también es saber soltar cuando es necesario.

FIN.

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