El amor del roble
Una tarde de sol, Luis y Cristi se encontraban en el parque, mirando un viejo roble que se alzaba orgulloso sobre la pradera. Era un árbol enorme, con ramas que parecían bailar al viento y hojas que susurraban secretos. Sin embargo, los niños tenían el corazón un poco pesado. Sus padres se habían separado recientemente y se sentían confundidos y tristes.
Luis, con su gorra torcida, se rascó la cabeza y le dijo a Cristi:
- ¿Por qué no puedo tener a papá y a mamá juntos? Siento que el amor se ha partido en dos. ¿Qué pasa si ya no me quieren igual?
Cristi, con sus ojos grandes reflejando la luz del sol, respondió:
- A mí me duele el corazón también. A veces pienso que si no están juntos, no tienen amor para mí.
En ese momento, el roble, que había escuchado todo con paciencia, decidió hablar. Con una voz suave y profunda, dijo:
- Niños, por favor, acérquense. Quiero contarles algo sobre el amor. El amor no se divide. Es como mis raíces, que se extienden profundamente en la tierra. Aunque mis ramas se separan, el amor que siento por la naturaleza es único y fuerte.
Luis y Cristi se miraron, intrigados.
- ¿Pero, cómo, roble? - preguntó Luis.
- Imaginemos que el amor es un enorme pastel - explicó el roble. - Si lo compartís, no se hace más pequeño, solo se sirve en porciones. El amor que sienten sus padres por ustedes es así, se expande. A veces puede parecer que hay menos, pero siempre sigue ahí, en cada abrazo o mensaje.
Cristi sonrió un poco, pero aún estaba confundida. - Entonces, ¿papá y mamá aún me quieren?
- Por supuesto - respondió el roble. - Su amor por ti es una fuerza que nunca desaparece. Puede cambiar de forma, pero nunca se reduce. También sé que tienen miedos. ¿A qué le tienen miedo, niños?
Luis bajó la mirada y dejó escapar un suspiro nervioso. - Tengo miedo de que un día no me quieran más, o que no los vuelva a ver.
El roble, con ternura, continuó: - El miedo es algo normal. Es como una sombra que a veces nos sigue. Suele aparecer cuando sentimos que estamos perdiendo algo o alguien. Pero hay que recordar que el amor es luz, y aunque el miedo esté presente, nunca puede apagar esa luz.
Cristi, pensando en lo que decía el roble, preguntó:
- Pero ¿y si hacemos algo malo? ¿Eso es culpa?
- Buena pregunta - dijo el roble. - La culpa es un sentimiento que aparece cuando sentimos que hemos hecho algo erróneo o que podría lastimar a alguien. Pero es importantísimo entender la diferencia entre ser responsables y sentir culpa. Cada uno de ustedes es responsable de sus propias acciones y elecciones.
- ¿Entonces, si mis padres están separados, es mi culpa? - preguntó Luis, con la voz temblorosa.
El sabio roble sacudió suavemente sus ramas, como si estuviera pensando. - No, querido. Tus padres son responsables de sus decisiones, tú eres responsable de cómo te sientes y de lo que decides hacer cada día. No te cargues con la culpa de algo que no está en tus manos. Tu amor siempre será proporcional a lo que eres, y eso no cambia, aunque las circunstancias sí puedan hacerlo.
Cristi miró a Luis y le dijo:
- Entonces, eso significa que puedo seguir siendo feliz, aunque ellos estén separados, ¿verdad?
- Exactamente - sonrió el roble. - La felicidad también depende de cómo ven las cosas. Ustedes pueden encontrar alegría en nuevas aventuras, conocer más del amor que los rodea, en amigos, en juegos y en incluso en mí, un viejo roble que los escucha.
Luis y Cristi miraron al roble, comprendiendo su mensaje como una luz que iluminaba su interior.
- Gracias, sabio roble - dijeron los dos al unísono.
- De nada, pequeños. Siempre estaré aquí. Vengan a visitarme siempre que necesiten un poco de amor y comprensión. Recuerden que el amor nunca se va, sólo se transforma.
Y así, los niños volvieron a casa, con el corazón un poco más ligero y una sonrisa en sus rostros. Aprendieron que el amor no se divide, que el miedo es sólo un pasajero en el viaje, y que siempre hay un lugar donde la sabiduría crece, al igual que un árbol fuerte y amable como el roble.
FIN.