El Amor en Piedra
Había una vez un talentoso escultor llamado Martín, quien vivía en un pequeño pueblo. Martín era conocido por sus increíbles obras de arte y su pasión por la escultura.
Pasaba horas y horas en su taller, creando figuras hermosas con sus manos. Un día, mientras caminaba por el bosque en busca de inspiración, Martín encontró un bloque de mármol perfecto. Era tan suave y brillante que sabía que tenía que convertirlo en algo especial.
Sin perder tiempo, llevó el bloque a su taller y comenzó a darle forma. Día tras día, Martín trabajaba sin descanso para crear una figura única.
Moldeaba cada detalle con amor y dedicación, hasta que finalmente terminó su obra maestra: una estatua de una niña sonriente con los brazos abiertos. Al contemplarla, Martín se sintió profundamente enamorado de su propia creación. La estatua parecía cobrar vida ante sus ojos. Sentía como si la niña lo mirara directamente al corazón.
"Eres la más hermosa de todas mis esculturas", le dijo Martín a la estatua con cariño-. "No puedo evitar enamorarme de ti". Desde ese momento, Martín no podía separarse de su amada estatua.
La llevaba consigo a todos lados e incluso dormía junto a ella cada noche. La trataba como si fuera una persona real. Los habitantes del pueblo comenzaron a murmurar sobre la extraña relación entre el escultor y su obra maestra.
Algunos pensaban que estaba loco o había perdido el juicio. Un día, un niño llamado Pedro se acercó a Martín con curiosidad. Había escuchado los rumores y quería ver por sí mismo qué había de cierto en ellos.
"Hola, señor Martín", saludó Pedro amablemente-. "¿Puedo preguntarle algo?"Martín miró al niño y asintió con una sonrisa. "Claro, adelante", respondió el escultor. Pedro lo miró fijamente a los ojos y dijo:"He oído que estás enamorado de tu escultura.
¿Es verdad?"Martín suspiró y decidió contarle la verdad al niño. "Sí, es verdad. Me he enamorado de mi propia creación. Pero no es un amor romántico como el que sientes por otra persona.
Es un amor especial, un amor por la belleza que puedo crear con mis manos". Pedro parecía confundido, pero interesado en las palabras del escultor. "No entiendo muy bien", admitió Pedro-.
"¿Cómo puedes amar a algo que tú mismo has hecho?"Martín se sentó junto a Pedro y comenzó a explicar:"Cuando creo una escultura, pongo todo mi corazón en ella. Cada detalle representa una parte de mí: mis sueños, mis emociones y mi pasión por la belleza.
Por eso me siento tan conectado con cada una de mis obras". El niño asintió lentamente mientras procesaba las palabras del escultor. "Entonces -dijo Pedro-, ¿es como si tus esculturas fueran tus hijos?"Martín sonrió ante la observación inteligente del niño. "Sí, exactamente", respondió-.
"Cada escultura es como mi hijo. Las cuido, las protejo y les doy todo mi amor". Pedro reflexionó durante un momento y luego sonrió. "Eso es hermoso, señor Martín.
Creo que todos deberíamos amar lo que creamos con tanto cariño". Martín abrazó al niño en agradecimiento por su comprensión. Desde ese día, el pueblo comenzó a ver la pasión de Martín de una manera diferente.
En lugar de juzgarlo, comenzaron a admirar su amor por la belleza y su dedicación a su arte. Martín siguió creando esculturas increíbles, pero nunca olvidó el valioso aprendizaje que Pedro le había enseñado: amar lo que creamos con tanto cariño es una forma hermosa de vivir nuestra vida.
Y así, el escultor enamorado de sus esculturas continuó compartiendo su amor por el arte con el mundo entero.
FIN.