El amor nunca se va
En un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, vivía Claudio, un niño curioso y alegre. Su abuelita, Doña Rosa, era su mejor amiga. Juntos, pasaban tardes enteras jugando, contando historias y riendo. Sin embargo, un día, Doña Rosa emprendió un viaje sin retorno, dejando a Claudio con el corazón lleno de tristeza.
A pesar de la ausencia física de su abuela, Claudio sentía su amor a su alrededor. Las mañanas soleadas eran como un abrazo de Doña Rosa, las noches estrelladas le recordaban las historias que ella solía contarle. A medida que Claudio crecía, la sabiduría y el cariño de su abuelita permanecían en su corazón, guiándolo en cada paso que daba.
Un día, mientras paseaba por el parque, Claudio conoció a Mateo, un niño de su edad que había perdido a su abuelo hacía poco tiempo. Juntos, descubrieron que aunque sus seres queridos ya no estuvieran físicamente con ellos, su amor los rodeaba y los cuidaba en cada momento.
Guiado por las enseñanzas de Doña Rosa, Claudio aprendió a valorar los recuerdos, a celebrar el amor que había compartido con su abuela y a encontrar consuelo en saber que su espíritu permanecía junto a él. Además, descubrió la importancia de compartir su amor y comprensión con quienes también necesitaban consuelo.
Así, Claudio creció en un niño amable y compasivo, sabiendo que el amor nunca se va, siempre está presente, cuidándonos y guiándonos en el camino de la vida.
FIN.