El Amor Prohibido de un Dragón de Plata y una Princesa



En un reino lejano, donde los castillos tocaban las nubes y los ríos brillaban como diamantes, vivía una princesa llamada Luna. Luna era conocida por su belleza y su bondad. Todos en el reino la adoraban, pero ella siempre soñaba con aventuras más allá de las murallas del castillo.

Un día, mientras paseaba por el bosque cercano, escuchó un suave susurro entre los árboles. Sigilosamente se acercó y, para su sorpresa, encontró un hermoso dragón de plata posado en una roca brillante.

"Hola, pequeño dragón. ¿Por qué estás tan solo aquí?" - preguntó Luna, con los ojos llenos de curiosidad.

"Hola, princesa. Me llamo Argento. Vivo aquí porque los humanos me temen por mi apariencia, aunque sólo deseo hacer amigos." - respondió el dragón con una voz melodiosa.

A partir de entonces, Luna y Argento se encontraron todos los días. Compartían historias, jugaban juntos y soñaban con un mundo sin fronteras. Pero había un problema: su amistad era considerada un amor prohibido, ya que los humanos y los dragones siempre habían vivido separados por el miedo y los prejuicios.

Un día, el rey, preocupado por la ausencia de su hija, decidió buscarla. Cuando la encontró conversando con Argento, su rostro se tornó serio.

"¡Luna! ¿Qué haces aquí con ese... dragón?" - exclamó el rey.

"Papá, él no es como dicen. Argento es un buen dragón, ¡es mi amigo!" - defendió Luna con determinación.

"Los dragones son peligrosos. Volvamos al castillo, ¡ahora!" - dijo el rey, llevándose a su hija de la mano.

Esa noche, Luna no podía dejar de pensar en Argento. Quería ayudarlo a demostrar que no todos los dragones eran malos. Así que ideó un plan: llevar a todos los aldeanos al bosque y presentarles a Argento, para que pudieran ver su verdadero corazón.

Al día siguiente, Luna reunió a todos en la plaza del pueblo.

"Queridos amigos, hoy les mostraré algo increíble. Vengan conmigo al bosque. No tengan miedo." - pidió Luna, su voz llena de emoción.

Los aldeanos, intrigados pero asustados, la siguieron. Cuando llegaron al claro donde Argento esperaba, muchos se detuvieron, temerosos. Pero Luna sonrió y avanzó hacia su amigo.

"Argento, muestra tu bondad a todos ellos. Confía en mí." - le dijo ella con amor.

Argento, aunque nervioso, dio un paso adelante y habló.

"Hola a todos. Sé que me ven como una amenaza, pero yo sólo quiero ser su amigo y proteger este bosque que tanto amo. Mi corazón es puro, y deseo que puedan conocerme." - dijo el dragón, con una voz llena de sinceridad.

Los aldeanos lo miraron con cautela, pero Luna dio un paso más cerca.

"¡Miren! Argento no me ha hecho daño. Me ha enseñado que el valor no está en el aspecto, sino en las acciones." - aseguró.

Poco a poco, los aldeanos empezaron a relajarse al ver cómo Argento se comportaba con gentileza y alegrías. Un niño, convencido por la valentía de Luna, se acercó y le acarició la escamas plateadas al dragón.

"¡Esblanco y brillante!" - exclamó el niño, brillando de alegría.

El paréntesis de miedo se rompió, y los aldeanos comenzaron a acercarse a Argento, sorprendiéndose de lo maravilloso que era.

El rey, al ver la conexión entre su hija y los aldeanos con el dragón, se dio cuenta de su equívoco. Se acercó, respirando hondo, y dijo:

"Mis disculpas, Argento. Desconocía tu verdadero ser. Acepto que los dragones también tienen un lugar en este reino."

"Gracias, Rey. Solo deseo que seamos amistosos y protejamos juntos este bello lugar." - contestó Argento.

Desde ese día, la princesa Luna y Argento se volvieron los mejores amigos, y el reino aprendió que el amor y la amistad no conocen barreras. Juntos, trabajaron para construir un puente entre humanos y dragones, y el bosque se convirtió en un lugar de alegría donde todos podían jugar y aprender unos de otros.

Los cuentos de Luna y Argento se contaron durante generaciones, recordando a todos que el verdadero amor y la amistad pueden superar cualquier prejuicio. Y así, el amor prohibido de un dragón de plata y una princesa se convirtió en un símbolo de unión y armonía en el reino, un lugar donde todos eran bienvenidos, sin importar su apariencia.

FIN.

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