El amor que florece


Había una vez en el campo, una linda mariposa llamada Maribel. Maribel vivía entre las flores del jardín y disfrutaba revoloteando de un lugar a otro. Un día, conoció a Martín, una graciosa abeja trabajadora que recolectaba néctar. Maribel se enamoró a primera vista de Martín, pero éste, concentrado en su labor, no le prestó mucha atención. Cada vez que Maribel intentaba acercarse, Martín la rechazaba con un zumbido desinteresado. A pesar de esto, Maribel no se desanimó. Decidió mostrarle su mejor sonrisa y comenzó a ayudar a Martín, recolectando polen y cuidando las flores. Con el tiempo, Martín empezó a darse cuenta del esfuerzo y la amabilidad de Maribel.

"¿Quieres ayuda con la recolección, Martín?", le preguntó Maribel con una dulce voz.

"Oh, gracias Maribel, sí, claro", respondió Martín con timidez. Juntos trabajaron codo a codo, y Martín empezó a apreciar la amistad de Maribel. Poco a poco, su corazón se fue ablandando. Un día, Maribel se encontró con un pétalo de rosa y decidió escribirle a Martín una carta expresándole todo lo que sentía. Martín, al leer la carta, se sintió conmovido y emocionado.

"Maribel, me di cuenta de lo mucho que te esfuerzas y de lo gentil que has sido conmigo. Me encantaría que fueras mi amiga", le dijo Martín con una sonrisa. Maribel, emocionada, aceptó encantada. A partir de ese momento, Maribel y Martín se convirtieron en inseparables amigos, compartiendo risas, momentos felices y cuidando juntos el jardín. Y así, el amor de Maribel por Martín, con paciencia y amabilidad, logró florecer en una hermosa y duradera amistad.

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