El amor secreto de Lidia y George
Era un hermoso día soleado en el pequeño pueblo de Villa Alegre. Lidia, una niña curiosa y soñadora, pasaba sus días descubriendo los secretos de la naturaleza. Tenía una amiga especial, George, un gatico aventurero que siempre estaba a su lado.
Un día, mientras exploraban el bosque cercano, Lidia encontró un viejo libro polvoriento en el tronco de un árbol gigante. Cuando lo abrió, se dio cuenta de que estaba lleno de historias sobre criaturas mágicas y tesoros escondidos.
"¡Mirá, George! Este libro tiene cuentos de hadas y dragones. ¿No sería genial vivir una de estas aventuras?" - exclamó Lidia, con los ojos brillando de emoción.
"Claro que sí, Lidia. ¿Debemos armar un plan para encontrar un tesoro?" - dijo George, moviendo su colita emocionado.
Decidieron que buscarían el Tesoro de la Sonrisa, un tesoro que, según las leyendas, traía felicidad a quienes lo encontraban. El primer paso de su aventura fue visitar a la anciana sabia del pueblo, doña Inés. Ella conocía todos los secretos del lugar y podría ayudarles.
"¡Doña Inés! Queremos encontrar el Tesoro de la Sonrisa. ¿Puede ayudarnos?" - preguntó Lidia con determinación.
"Claro, mis pequeños. Pero deberás resolver tres acertijos para obtener pistas sobre el tesoro. Deben trabajar juntos y siempre ser honestos entre ustedes" - respondió doña Inés, sonriendo.
Los niños aceptaron el reto con entusiasmo. El primer acertijo decía: "Soy ligero como una pluma, pero ni el hombre más fuerte me puede sostener. ¿Qué soy?"
"¡Claro! Es el aliento. ¡Vamos a buscar la siguiente pista!" - dijo George, sintiéndose cada vez más valiente.
Después de resolver el primer acertijo, doña Inés les dio una pequeña brújula hecha de flores.
"Esto les ayudará a encontrar el camino, pero no olviden ser sinceros en su camino" - aconsejó la anciana.
Lidia y George caminaron durante horas, disfrutando del viento en sus caras y llenándose de entusiasmo al pensar en el tesoro. En el camino, se encontraron con un arroyo que debían cruzar. Se detuvieron un momento.
"¿Cómo vamos a cruzar esto?" - preguntó Lidia, nerviosa.
"Podemos construir un puente con las ramas pequeñas. Si colaboramos, seguro que lo logramos" - sugirió George.
Con trabajo en equipo, lograron armar un pequeño puente y cruzaron el arroyo. Al otro lado, encontraron el segundo acertijo.
"Soy algo que crece en el suelo, verde y hermoso, pero si me pisas me haces daño. ¿Qué soy?"
Lidia pensó y dijo: "¡Es el césped!". George asintió emocionado mientras buscaban el siguiente lugar donde había un marcador. Lo encontraron detrás de un arbusto.
La anciana les dio un tercer y último acertijo: "Soy un lugar donde todos los sueños se pueden cumplir, solo si tienes un corazón puro. ¿Qué soy?"
Tras hacer un pequeño brainstorming, George exclamó
"¡Es el cielo!"
"¿Cómo llegamos hasta allí?" - se preguntó Lidia, un poco cansada.
"Tal vez no se trate del cielo en el sentido literal. Quizás significa seguir nuestros sueños aquí en la tierra" - reflexionó George.
"Entonces, la clave es ser valientes y jamás dejar de soñar" - agregó Lidia, que entendió que sus mayores tesoros eran la amistad y el esfuerzo compartido.
Ambos se sintieron inspirados y decidieron que la verdadera aventura era el viaje que estaban haciendo juntos. Al final del día, regresaron a casa, no con un tesoro de oro, sino llenos de recuerdos y nuevas lecciones.
Al día siguiente, decidieron mostrarle a doña Inés lo que habían aprendido de la experiencia.
"Nos dimos cuenta que el verdadero tesoro es la amistad y lo que podemos lograr juntos" - dijeron al unísono.
La anciana sonrió satisfecha, pues sabía que habían encontrado algo más valioso que cualquier oro en el mundo.
Así pasó el tiempo en Villa Alegre, con Lidia y George compartiendo más aventuras, siempre recordando que los lazos de la amistad son el mejor tesoro que uno puede encontrar en la vida.
FIN.