El Ángel Verde y las Semillas de la Paciencia



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos, la gente vivía apurada. Todos los días corrían de aquí para allá, y poco a poco se olvidaron de la naturaleza que los rodeaba. Pero un día, en la segunda semana de febrero, apareció un ángel con un brillante manto verde. Era el Ángel Verde, el guardián de las plantas y los bosques.

Los niños del pueblo, que siempre estaban jugando en la plaza, se quedaron atónitos al ver al ángel. Sus ojos brillaban con curiosidad.

"¿Quién sos?"- preguntó Sofía, la más valiente del grupo.

"Soy el Ángel Verde, y estoy aquí para sembrar semillas de las plantas que nos enseñan a crecer con paciencia"- respondió el ángel con una voz suave como el susurro del viento entre las hojas.

El ángel extendió su mano, y en ella aparecieron pequeñas semillas doradas como el sol. Los niños se acercaron, fascinados.

"¿Podemos ayudarlos?"- preguntó Martín, el soñador del grupo.

"Claro, pero primero, deben aprender la importancia de la paciencia. Las plantas no crecen de un día para el otro"- dijo el Ángel Verde, sonriendo.

Así, el ángel llevó a los niños a un bosque cercano. Juntos cavaron en la tierra blanda, sembrando las semillas. Cada niño debía cuidar una, regarla y observar cómo crecía cada día.

Los primeros días fueron emocionantes. Sofía sonreía cada vez que veía un pequeño brote asomando por la tierra. Sin embargo, después de una semana, el entusiasmo comenzó a desvanecerse. Algunas semillas no habían crecido tanto como esperaban.

"¡Esto es aburrido!"- exclamó Tomás, impaciente.

"¡No puedo esperar más!"- aseguró ubicación, cruzando los brazos.

El Ángel Verde, escuchando sus quejas, los condujo a un área donde un viejo árbol gigante crecía imponente.

"¿Ven este árbol?"- preguntó el ángel.

"Sí, es enorme y hermoso!"-

respondió Sofía.

"Pero, ¿saben cuánto tiempo le tomó crecer así?"-

Todos los niños se miraron unos a otros en silencio.

"No lo sabemos"- dijo Martín al final.

"¡Tomó más de cien años!"- exclamó el ángel.

Los niños quedaron boquiabiertos.

"Así como este árbol, cada planta tiene su propio tiempo. Necesitan crecer con paciencia, sin apresurar las cosas"- explicó el Ángel Verde.

Los niños comenzaron a entender. Regresaron a sus semillas y, aunque algunas seguían pequeñas, decidieron ser pacientes. Riegaban sus plantas a diario y hablaban con ellas, incluso les cantaban.

Pasaron semanas de cuidado y dedicación. Un día, por fin, vieron cómo las primeras flores brotaban.

"¡Miren!"- gritó Sofía triunfante, señalando el colorido espectáculo que ahora adornaba su pequeño jardín.

"Lo logramos, gracias al Ángel Verde y a nuestra paciencia!"-

El ángel sonrió, satisfecho.

"Recuerden siempre que en la vida, como en la naturaleza, todo tiene su tiempo. Hay que aprender a esperar y a cultivar lo que queremos"- les dijo.

Desde aquel día, los niños aprendieron que las semillas no sólo eran plantas, sino también sueños que requerían cuidado y paciencia. Y así, el pueblo comenzó a florecer, no solo con flores, sino con amabilidad, comprensión y un profundo respeto por la naturaleza que los rodeaba.

El Ángel Verde, con una sonrisa llena de orgullo, desapareció entre los árboles, dejando tras de sí un legado de amor por la tierra, un manto verde de vida que perduraría por siempre en el corazón de cada niño.

FIN.

Dirección del Cuentito copiada!