El Anillo y el Adivino
Había una vez, en un reino lejano, un sabio anciano que era conocido por su asombrosa habilidad para resolver misterios. Su nombre era Don Julián, y todos los habitantes del pueblo acudían a él cuando tenían un problema. Pero había una cosa que Don Julián realmente amaba: su hermoso jardín lleno de flores fragantes y árboles frutales.
Un día, el zar del reino, un hombre noble pero algo torpe, perdió su precioso anillo, que le había sido regalado por su madre. Este anillo, que representaba la bondad y la justicia, significaba mucho para él. El zar, angustiado, convocó a todos los sabios del reino. Después de horas de buscar entre la multitud de personas que se reunieron, nadie podía encontrar el anillo.
Entonces, el joven Tomás, un aprendiz de Don Julián, se acercó al zar y dijo: "Su Majestad, yo sé quién puede ayudar. ¡Don Julián tiene un don especial!" El zar, algo escéptico pero sin más opciones, decidió escuchar lo que Tomás tenía que decir.
"¿Has pensado bastante?" -preguntó Don Julián cuando llegó a la corte, mirando al zar con sus ojos brillantes.
"Sí, madre mía, ha sido un día terrible. No sé qué hacer, he buscado en todos lados, pero el anillo sigue desaparecido." -respondió el zar con la voz quebrada.
Don Julián se concentró. "Cierra los ojos y piensa en el momento que perdiste el anillo. ¿Recuerdas dónde estabas y qué hacías?" El zar, obediente, se puso a reflexionar. En su mente apareció la imagen de un banquete donde había estado, en el momento en el que se quitó el anillo para lavarse las manos.
"Estaba en el banquete, antes de que los bailarines llegaran... Tal vez..." -dijo el zar, pero no estaba completamente seguro.
Don Julián, observando atentamente, dijo: "Creo que puedo adivinar, Su Majestad. Lo que necesitamos hacer es revisar el lugar donde te quitaste el anillo. Quizás rodó y se escondió entre la decoración. Pero, para que eso funcione, necesito que todos se unan a mí, y juntos, con un ¡abracadabra! puede que tengamos suerte."
El zar, emocionado pero algo confundido, reunió a sus guardias, a los consejeros y a los miembros del consejo. Todos se dispusieron a ayudar en la búsqueda. Cada uno, entusiasmado, gritó: "¡Abracadabra!" Un fuerte sonido resonó en el banquete, como si la magia estuviera funcionando realmente.
Mientras tanto, Tomás recordó que en el patio había una plancha pesada. "Quizás rodando, también se metió por ahí" -pensó. Llamó a Don Julián y le susurró "Quizás deberíamos revisar debajo de la plancha también. "
Don Julián asintió y todos se apresuraron hacia el patio. Levantaron la plancha con un esfuerzo conjunto. Todos miraban con expectativa cuando, de repente, un destello dorado brilló entre las sombras. ¡Era el anillo! El zar se echó a reír de felicidad y agradeció a Don Julián y a Tomás por su astucia.
El zar, verdaderamente agradecido, dijo: "Por su gran sabiduría, le otorgo a Don Julián un nuevo jardín, más grande y hermoso, porque su amor por la sabiduría debe ser celebrado."
"Y a ti, joven Tomás, por tu valentía y tu capacidad de ver más allá, te haré el guardián de este jardín. Aquí aprenderás y crecerás como lo hicieron las flores. Así, juntos, enseñaremos a los demás sobre la importancia de pensar y trabajar en equipo."
Desde entonces, Don Julián y Tomás cuidaron juntos del majestuoso jardín, donde no solo florecían las mejores plantas, sino también las ideas y la amistad. La historia del anillo y la búsqueda se convirtió en un relato que pasaría de generación en generación, recordándole a todos que a veces, con un poco de ayuda y trabajo en equipo, se pueden resolver los misterios más grandes. Y, claro, nunca hay que subestimar el poder de una buena idea.
FIN.