El Año Mágico de la Escuela



Desde que tengo memoria, la escuela siempre fue un mundo nuevo y emocionante. "¡Mirá, Aileen!" dijo mi papá mientras elegía un cuaderno repleto de brillantes colores. "Este tiene una tapa de unicornio, te va a encantar".

"¡Es hermoso!" respondí, saltando de alegría. Mis papás sonrieron, sabían cuánto anhelaba comenzar esta aventura.

El primer día de clases llegó y, a pesar de mi emoción, los nervios comenzaron a invadirme. Me puse un vestido nuevo y, con mi mochilita llena, tomé de la mano a mi mamá mientras nos dirigíamos al colegio. Al llegar, vi un grupo de chicos jugando y me dieron ganas de unirme.

"Hola, soy Aileen, vengo a primer grado" - les dije, tratando de sonar valiente.

"Yo soy Tomás, y ella es Sofía. ¡Bienvenida!" respondió Tomás, con una sonrisa. Sofía asentía, casi sin poder contener la risa.

La primera clase fue de arte, y nos enseñaron a dibujar con tiza. Estábamos todos en nuestras mesitas, llenando el suelo de colores vivos. Justo cuando terminé mi primer dibujo, la tiza se escurrió de mis dedos y se rompió. Me sentí desanimada.

"No te preocupes, Aileen. Lo importante es divertirse. ¡Mirá lo que hice yo!" - dijo Sofía, mostrando un colorido arcoíris.

Esa frase me llenó de ánimo. Así, comenzamos a crear la pared del aula con nuestros dibujos. La maestra, la señorita Rosa, entró y nos dijo:

"Cada obra aquí representa un pedacito de ustedes. Este año vamos a aprender un montón juntos. ¡Disfruten el viaje!".

Las semanas pasaron y fui conociendo a cada uno de mis compañeros, pero una de las cosas que más me emocionaba eran las actividades mágicas que la señorita Rosa anunciaba después de cada materia.

"Hoy aquellos que desarrollen su imaginación podrán convertir un dibujo en un personaje" - dijo un día mientras nos miraba con sus ojos brillantes.

Pude crear una historia sobre un dragón que viajaba por el espacio. Para mi sorpresa, Tomás hizo un robot que podía cocinar. Pronto empezamos a compartir ideas, y así creamos una obra de teatro llamada "Las Aventura de Drago y RoboChef".

La profesora decidió que lo presentaríamos en el festival de fin de año. Ensayamos todos los días después de clase, entre risas y un montón de malentendidos. Una vez, la escenografía decidió caerse justo cuando Tomás decía su frase más importante. Nos reímos tanto que hasta el director se asomó a ver qué pasaba.

El día del festival llegó, y estábamos tan nerviosos como emocionados. El teatro del colegio estaba lleno de padres e incluso algunos familiares de nuestros amigos. Todos aplaudían mientras nosotros estábamos detrás del escenario.

"¿Listos, chicos?" - preguntó Sofía, mientras miraba el guion.

"¡Listos!" - respondimos todos al unísono, lleno de energía.

Y ahí estuvimos, en el escenario, dando vida a nuestro mundo. Entre risas y aplausos, nos perdimos en la historia mientras los padres aplaudían y se reían. Cuando terminó, la emoción era palpable.

"¡Lo hicimos!" - grité al final, mientras mis amigos se abrazaban. La señorita Rosa se acercó y con una gran sonrisa nos aplaudió.

"Chicos, el verdadero premio no es el aplauso, sino el trabajo en equipo y la amistad que formaron. ¡Eso es magia!".

Ese año fue realmente mágico. Aprendí que la amistad se construye de pequeños momentos, como compartir risas, superar obstáculos y contar historias. Volvería a vivir el año mil veces si pudiera, porque cada día fue una nueva aventura.

Y así, desde aquella primera clase, vi cómo el cole podía ser un lugar lleno de magia, porque cada uno de nosotros tiene una chispa única. Y siempre, siempre, estaría lista para aprender algo nuevo.

FIN.

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