El árbitro de la amistad
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, donde vivían muchos niños y niñas que jugaban felices en las calles todos los días. Uno de ellos se llamaba Martín, un niño muy curioso y amante del fútbol.
Martín soñaba con convertirse en el mejor jugador del mundo y ganar la copa más importante: la final del mundo.
Un día, mientras jugaba en el parque con sus amigos, Martín encontró un viejo balón de fútbol abandonado detrás de unos arbustos. Lo agarró emocionado y decidió llevarlo a casa para arreglarlo y poder jugar con él. Al llegar a su casa, Martín se puso manos a la obra.
Con cuidado, limpió el balón, le dio aire y lo infló hasta que quedó perfecto. Estaba tan feliz con su hallazgo que no podía esperar para probarlo en la cancha. Al día siguiente, Martín se dirigió al campo de fútbol del pueblo junto a sus amigos.
Empezaron a jugar un partido emocionante, donde Martín demostraba sus habilidades con el balón. De repente, mientras corría hacia el arco rival para anotar un gol, tropezó con una piedra y cayó al suelo.
"¡Ayuda! ¡Me duele mucho!", gritó Martín mientras se sujetaba la pierna. Sus amigos corrieron rápidamente hacia él preocupados. Lo ayudaron a levantarse y lo llevaron hasta la enfermería del pueblo para que lo revisara el doctor López.
El doctor López examinó la pierna de Martín y le dijo que tenía una pequeña torcedura que sanaría con reposo y cuidados. Le recomendó no jugar al fútbol por unos días para no empeorar la lesión.
Martín estaba triste por no poder jugar durante tanto tiempo, pero entendió que debía cuidarse para recuperarse pronto. Pasaron los días y Martín se aburría sin poder practicar su deporte favorito.
Una tarde, mientras miraba por la ventana desde su habitación, vio a los demás niños del pueblo jugando en el campo de fútbol con mucha alegría. Se sintió nostálgico al recordar lo divertido que era jugar con ellos. Decidió salir afuera e ir al campo de fútbol para ver cómo estaban sus amigos.
Al llegar allí, vio que estaban teniendo dificultades para marcar goles porque les faltaba alguien en su equipo: ¡él!"¡Martín! ¡Vení a jugar con nosotros!", gritaron sus amigos emocionados al verlo llegar.
Martín sonrió feliz y les explicó sobre su lesión en la pierna. Sin embargo, sus amigos le dijeron que podía ser parte del juego de otra manera: ¡podría ser el árbitro! Así fue como Martín aceptó ser el árbitro del partido entre sus amigos.
Se puso un silbato prestado por uno de ellos y comenzó a dirigir el juego como nunca antes lo había hecho. Durante el partido, hubo momentos difíciles donde tuvo que tomar decisiones justas e imparciales para mantener la armonía entre los equipos.
Aprendió sobre responsabilidad, respeto y fair play mientras observaba atentamente cada jugada.
Al finalizar el partido, todos los niños aplaudieron a Martín por ser un gran árbitro e hicieron una ronda entorno a él como muestra de gratitud por haber estado allí acompañándolos ese día. "¡Gracias por estar siempre presente incluso cuando no puedes jugar! Eres nuestro amigo incondicional", dijeron todos los niños juntos emocionados.
Martín sintió una gran alegría en su corazón al escuchar esas palabras sinceras de sus amigos. Comprendió entonces que estar cerca de quienes queremos es más importante que cualquier trofeo o premio en este mundo.
Desde ese día en adelante, aunque aún soñaba con ganar la final del mundo como jugador profesional algún día, también valoraba enormemente ser parte fundamental dentro o fuera de la cancha junto a aquellos que realmente apreciaban su compañerismo y amistad verdadera.
FIN.