El árbol agradecido


Había una vez un árbol frondoso que vivía en el medio del bosque. A pesar de ser grande y hermoso, nunca había tenido flores en sus ramas.

Un día, mientras observaba la naturaleza a su alrededor, vio una pequeña flor solitaria de color azul brillante. El árbol se sintió triste al ver la belleza de aquella flor y envidiaba su color vibrante. "Ojalá pudiera tener flores como esa", pensó el árbol.

De repente, cinco animales curiosos se acercaron a él: un conejo, un zorro, un búho, un ciervo y una mariposa. Todos ellos estaban fascinados por el árbol y le preguntaron por qué estaba tan triste.

"Es porque no tengo flores como esa hermosa flor azul", respondió el árbol con tristeza. La mariposa voló hacia la flor solitaria y regresó con una gota de agua en sus alas. "Aquí tienes", dijo la mariposa mientras dejaba caer la gota de agua sobre las raíces del árbol.

Los animales observaron asombrados cómo el agua comenzaba a hacer efecto en las raíces del árbol. Con cada gota que caía, las hojas parecían más fuertes y saludables. El conejo exclamó: "¡Miren! El árbol está creciendo más alto".

El búho agregó: "Y parece que está ganando fuerza". Poco a poco, el árbol fue recuperando su vitalidad gracias a las gotas de agua que recibió.

Y aunque aún no tenía flores, el árbol comenzó a sentirse más feliz y agradecido por lo que tenía. Un día, la mariposa regresó con una semilla. "Esta es para ti", dijo mientras dejaba caer la semilla en las raíces del árbol.

El árbol se emocionó al ver la semilla y sabía que era un regalo especial de sus amigos animales. Con amor y cuidado, el árbol plantó la semilla y esperó pacientemente a que creciera. Después de varios días, el árbol vio cómo brotaba una pequeña planta de suelo.

Con cada día que pasaba, la planta crecía más fuerte hasta convertirse en una hermosa flor azul brillante. "¡Miren!", exclamó el ciervo. "El árbol finalmente tiene su propia flor".

Los animales estaban felices por el árbol y se reunieron alrededor de él para admirar su nueva adquisición. Desde ese momento en adelante, el árbol nunca volvió a sentirse triste ni envidioso por otras flores.

Aprendió a apreciar lo que tenía y a ser agradecido por los pequeños regalos que le daba la naturaleza todos los días.

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