El árbol bailarín de Sofía


Había una vez una niña llamada Sofía, que vivía en una pequeña casa con un enorme patio trasero. En ese patio, había un árbol gigante que parecía un monstruo verde y que siempre estaba bailando.

Sofía era una niña muy curiosa y le encantaba pasar horas explorando su jardín. Un día, mientras jugaba en el patio trasero, notó algo diferente en el árbol gigante. Parecía estar moviéndose al ritmo de la brisa.

Intrigada por esta extraña situación, Sofía decidió acercarse al árbol para investigar más de cerca. Al llegar allí, se dio cuenta de que no solo se movía con la brisa, sino que también parecía tener vida propia.

"¡Hola! ¿Quién eres?" -preguntó Sofía al árbol gigante. El árbol respondió con voz amable y suave: "¡Hola! Mi nombre es Ramón y soy el guardián del jardín. Me encanta bailar y alegrar este lugar".

Sofía quedó sorprendida por la respuesta del árbol e inmediatamente sintió curiosidad por conocer más sobre él. Decidió pasar cada tarde junto a Ramón para aprender cómo bailar como él. Durante semanas, Sofía practicó incansablemente junto a Ramón.

El árbol le enseñaba pasos de baile divertidos y le mostraba cómo moverse al ritmo de la música de la naturaleza. Un día, mientras practicaban sus movimientos sincronizados, Sofía notó algo extraño en el jardín.

Los demás animales del lugar se habían unido a ellos y estaban bailando alrededor de Ramón. "¡Mira, Ramón! ¡Todos quieren bailar contigo!" -exclamó Sofía emocionada. El árbol sonrió y respondió: "Sí, Sofía. El baile es una forma maravillosa de unirnos y celebrar la vida".

A partir de ese día, el patio trasero se convirtió en un lugar mágico donde todos los animales del vecindario se reunían para bailar junto a Ramón y Sofía. El jardín estaba lleno de risas, música y alegría.

Con el tiempo, otros niños del vecindario se enteraron del increíble talento de Sofía para el baile. Pronto, comenzaron a unirse a ella y a Ramón en sus divertidas coreografías. La fama de Sofía como bailarina creció rápidamente, pero nunca olvidó su amistad con Ramón.

Juntos continuaron enseñando a otros niños cómo expresarse a través del baile y disfrutar de la belleza de la naturaleza.

Así fue como el árbol gigante que parecía un monstruo verde se convirtió en el centro de atención del barrio, no por su apariencia asustadiza sino por su habilidad para hacer feliz a todos con su danza. Y así termina nuestra historia: recordándonos que nunca debemos juzgar por las apariencias y que siempre hay algo hermoso dentro de cada uno.

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