El árbol de colores



Había una vez en un hermoso parque un árbol muy triste que se sentía solo. Sus ramas estaban caídas, sus hojas marchitas y su tronco parecía estar encorvado de tanta tristeza.

Los pájaros ya no cantaban en sus ramas y los niños pasaban de largo sin siquiera notarlo. Un día, llegó a ese parque un alumno llamado Martín. Martín era un niño curioso y amante de la naturaleza.

Al ver al árbol triste, se acercó con ternura y le preguntó:- ¿Qué te pasa, señor árbol? ¿Por qué estás tan solo y triste? El árbol suspiró con pesar y le respondió con voz apagada:- Estoy solo porque todos me han olvidado.

Ya nadie se detiene a jugar bajo mi sombra ni a escuchar el murmullo del viento entre mis hojas. Martín sintió mucha compasión por el árbol y decidió ayudarlo a ser feliz de nuevo.

Corrió hacia su salón de clases y le contó a su profesor, el Sr. Ramírez, sobre el árbol triste en el parque. El Sr. Ramírez, un hombre sabio y bondadoso, sonrió ante la iniciativa de Martín.

- ¡Vamos todos juntos al parque para alegrarle el día al amigo árbol! -exclamó el profesor entusiasmado. Esa misma tarde, Martín, junto con sus amigos del colegio y el Sr. Ramírez, regresaron al parque armados con pinturas, instrumentos musicales y muchas ganas de hacer sonreír al viejo árbol solitario.

- ¡Vamos chicos! A pintar corazones en las ramas para recordarle lo querido que es -dijo Martín emocionado.

Los niños comenzaron a pintar coloridos corazones en las ramas del árbol mientras cantaban canciones alegres acompañados por los acordes de la guitarra del profesor Ramírez. Pronto, los pájaros empezaron a revolotear alrededor del árbol atrapados por la dulce melodía. El árbol poco a poco fue levantando sus ramas caídas y dejando brotar nuevas hojas verdes llenas de vida.

Su tronco se enderezaba lentamente mientras una sonrisa invisible iluminaba su rostro arbóreo. Desde ese día, el antiguo árbol solitario ya no volvió a sentirse abandonado gracias al cariño y la compañía brindada por Martín, sus amigos y el profesor Ramírez.

El parque volvió a llenarse de risas infantiles bajo la sombra protectora del ahora feliz Árbol Amigo.

Y así aprendieron Martín y sus amigos que siempre hay una forma de hacer felices a aquellos que nos rodean con amor, compañía e ingenio; incluso si tienen raíces en lugar de pies para bailar.

FIN.

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