El árbol de la suerte
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un enorme árbol conocido como El Árbol de la Suerte. Este árbol había vivido mil años y era el guardián de incontables historias. Sus ramas eran tan anchas que podían dar sombra a todo un grupo de niños, y sus hojas brillaban con un verde intenso, como si guardaran secretos del tiempo.
Los habitantes del pueblo creían que el árbol tenía un don especial. Cada vez que alguien se sentaba bajo su sombra y contaba su deseo, el árbol susurraba en el viento, y a veces, sus deseos se hacían realidad. Pero el árbol tenía una regla: solo se podía pedir un deseo una vez al año.
Un día, cuatro amigos—Sofía, Luis, Mateo y Clara—decidieron ir al árbol. Cada uno llevaba en su corazón un deseo:
"Quiero ser el mejor futbolista del mundo", dijo Luis, emocionado.
"Yo deseo tener la mascota más fiel de todas", pidió Clara, acariciando con ternura a su perrito.
"Yo anhelo crear el invento más increíble que jamás haya existido", dijo Mateo, soñando con su futuro.
"Yo solo quiero un día lleno de aventuras", murmuró Sofía, sintiéndose un poco diferente a los demás.
Los amigos llegaron al árbol y se sentaron en círculo bajo sus ramas. Cada uno, con sus deseos en mente, comenzó a hablar con el árbol.
"Querido árbol, por favor, ayúdame a ser el mejor futbolista del mundo", dijo Luis, mientras todas las hojas comenzaron a moverse suavemente como si el árbol estuviera escuchando.
El viento susurró, y la sombra del árbol se iluminó por un instante. Los amigos se miraron entre sí con esperanza. Pero, de repente, un gran rayo de luz rompió el aire y un sonido retumbante se escuchó de fondo. El árbol comenzó a hablar.
"Mis queridos amigos, yo puedo ayudarles, pero lo que deseen no siempre será lo que realmente necesitan. Hay que aprender a valorar el camino hacia el objetivo, no solo el destino".
Los niños quedaron sorprendidos, pero decidieron escuchar al árbol. Sofía, ambiciosa, preguntó:
"¿Y qué quieres decir con eso?".
El árbol les contó una historia sobre un joven que deseaba ser rico y poderoso, pero al obtener solo riquezas, se dio cuenta de que había perdido a sus amigos y la felicidad.
"Así que, ¿qué debo hacer para que mi deseo sea real?", preguntó Clara, intrigada.
"Debes trabajar y cuidar de tu mascota, no solo esperar a que todo suceda".
"¡Yo puedo hacer eso!", exclamó Clara con determinación.
Luis decidió que en lugar de desear ser el mejor, comenzaría a practicar y jugar con sus amigos cada día, entendiendo que cada partido era una aventura en sí misma.
Mateo se dio cuenta de que los mejores inventos salían de la colaboración y el compartir ideas, así que decidió invitar a otros a soñar con él.
El árbol sonrió para sí mismo al ver cómo los deseos de los amigos cambiaban. Sofía, todavía intrigada, preguntó:
"¿Y si quiero un día lleno de aventuras?".
"Las aventuras suceden cuando te atreves a salir de tu zona de confort. Nunca sabes cuándo puede aparecer algo nuevo", explicó el árbol.
Así, los cuatro amigos decidieron hacer algo diferente cada semana, explorando nuevas actividades y, juntos, lograron más de lo que habían imaginado. Con el tiempo, aprendieron lecciones valiosas sobre la amistad, el esfuerzo y el valor del trabajo en equipo.
El año pasó volando y el día del deseo se acercó nuevamente. Esta vez, se sentaron bajo el árbol con sus corazones llenos de gratitud.
"No quiero desear nada, solo quiero seguir aprendiendo y aventurándome", dijo Sofía primero.
"Yo tampoco quiero pedir nada, sé que puedo mejorar si entreno y disfruto del juego", confesó Luis.
"Me encantaría seguir creando cosas junto a mis amigos", dijo Mateo con una sonrisa.
"Y yo quiero seguir cuidando a mi perrito, porque eso me hace feliz", finalizó Clara.
El árbol se sintió orgulloso de ellos. Habían comprendido que la verdadera suerte no provenía de los deseos, sino de sus acciones y el amor que compartían entre ellos. Desde ese día, El Árbol de la Suerte siguió creciendo, contando historias, pero también escuchando las aventuras de aquellos amigos que aprendieron a hacer sus sueños realidad a su manera.
Y así, el árbol continuó siendo el guardián de las historias, repartiendo sabiduría y enseñanzas, mientras los cuatro amigos seguían compartiendo sus anhelos y llenando su vida de aventuras, siempre bajo la protección de su viejo y sabio amigo, el árbol.
FIN.