El árbol de las hojas doradas



En un pequeño pueblo, había un niño llamado Tomás. Él era muy curioso y siempre le gustaba explorar la naturaleza que lo rodeaba. Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró un árbol gigantesco con hojas doradas brillantes que iluminaban todo a su alrededor.

- ¡Guau! - exclamó Tomás, acercándose al árbol con asombro. - Nunca vi un árbol así.

Tomás tocó una de las hojas doradas y, de repente, el árbol comenzó a hablar.

- Hola, pequeño explorador. Soy el Árbol de la Generosidad. Mis hojas doradas representan la alegría de compartir. Cada vez que alguien comparte algo bueno, una de mis hojas se vuelve más brillante.

Tomás, emocionado, le preguntó:

- ¿Qué sucede si no comparto?

- Pues, verás - respondió el árbol con una voz suave - si no compartes, mis hojas pierden su brillo y el bosque se entristece. La generosidad trae felicidad a todos, no sólo a ti.

Tomás miró las hojas doradas y sintió un deseo profundo de que el árbol no se entristeciera. A la mañana siguiente, decidió llevar bocadillos a la escuela para compartir con sus amigos. En el recreo, todos disfrutaron de las golosinas.

- ¡Gracias, Tomás! - dijo su amigo Lucas, mientras mordía una galletita. - No sabía que tenías tantas cosas ricas para compartir.

Los días pasaron, y cada vez que Tomás compartía algo, el árbol parecía brillar más. Pero una tarde, al salir de la escuela, Tomás oyó a un grupo de niños riendo y jugando con un nuevo balón de fútbol.

- ¿Por qué no me invitan a jugar? - se preguntó Tomás, sintiéndose excluido.

Sin pensarlo, corrió hacia ellos y dijo:

- ¡Yo también quiero jugar! - pero los niños, en su juego, no se dieron cuenta de él. Tomás se sintió triste y, por un impulso, decidió no compartir más.

Al llegar al árbol, se sentó bajo su sombra y suspiró:

- El árbol no entiende. A veces es difícil compartir, especialmente cuando no me incluyen.

El árbol le respondió con dulzura:

- A veces, querido Tomás, el verdadero valor de compartir no depende de los demás. Se trata de dar sin esperar a cambio. Si no se incluyeron en el juego, eso no significa que debas dejar de compartir. Cada acto de generosidad te hará más fuerte.

Tomás reflexionó sobre las palabras del árbol. Esa noche, tuvo un sueño donde una luz dorada lo envolvía y lo guiaba a un lugar donde todos los niños compartían y jugaban juntos, riendo y disfrutando.

Al despertar, sintió una nueva energía y decidió intentar de nuevo. Llevó su balón de fútbol al parque y se acercó a los niños que jugaban.

- ¡Hola! - dijo Tomás con una gran sonrisa. - ¿Puedo jugar con ustedes? Tengo otro balón que podemos usar.

Los niños se miraron entre sí y sonrieron.

- Claro, Tomás. ¡Cuantos más, mejor! - respondió una niña llamada Ana.

Esa tarde, jugaron juntos, compartiendo el balón y hasta inventando nuevos juegos. Tomás se sintió feliz al ver a todos sonreír.

Al regresar a casa, no podía esperar para contarle al árbol su historia.

- ¡Comparti el balón y ahora tengo muchos amigos! - dijo Tomás, con los ojos brillantes.

- Eso es maravilloso, pequeño. Ahora sabes que compartir no solo ilumina mis hojas doradas, sino también tus días. La verdadera felicidad está en la amistad y en la generosidad.

Desde ese día, Tomás aprendió a compartir no solo cosas materiales, sino también tiempo, juegos y risas. El árbol se llenó de hojas doradas cada vez más brillantes, y el bosque a su alrededor floreció como nunca antes.

Tomás se convirtió en un líder entre sus amigos, recordándoles siempre el valor de compartir y la alegría que esto trae. Y así, el niño que encontró un árbol mágico se transformó en un faro de generosidad en su pequeño pueblo.

Y cada vez que alguien compartía, se decía que bajo aquel árbol dorado, la felicidad florecía más y más.

FIN.

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