El árbol de los deseos



Había una vez en un pequeño pueblo, un niño llamado Tomás. Tomás era un niño curioso y aventurero al que le encantaba explorar la naturaleza. Un día, mientras paseaba por el bosque, se topó con un árbol muy especial.

Era un árbol mágico que se decía que tenía el poder de conceder deseos. Tomás, emocionado por la idea, decidió acercarse al árbol para probar si era cierto. Al llegar, se encontró con un guardián, un duende pequeñito llamado Pimpollo.

-¡Hola, Tomás! ¿Qué te trae por aquí? -preguntó el duende con una sonrisa. -¡Hola, Pimpollo! He escuchado que este árbol cumple deseos, ¿es cierto? -preguntó Tomás emocionado.

El duende le explicó que en realidad el árbol tenía el poder de hacer que los deseos se cumplieran, pero que para ello debía superar tres desafíos. Tomás aceptó el reto con entusiasmo y decidió enfrentarse a la primera prueba: encontrar una mariposa de colores brillantes en el claro del bosque.

La búsqueda no fue fácil, pero después de mucho esfuerzo, logró encontrarla. Con la mariposa en sus manos, regresó al árbol para enfrentar el segundo desafío. Esta vez, debía recoger tres plumas de diferentes aves mágicas que habitaban el bosque.

Después de un gran esfuerzo, Tomás consiguió las tres plumas y regresó al árbol con su siguiente prueba superada. Sin embargo, el desafío final resultó ser el más difícil.

Debía demostrar su valentía enfrentando al temible Guardián del Bosque, un enorme oso de aspecto feroz. Tomás, a pesar del miedo, decidió enfrentarlo. Después de una intensa lucha, el niño logró convencer al oso de su noble intención y el oso le entregó la última pista para completar su desafío.

Triunfante, regresó al árbol con las pruebas superadas y Pimpollo lo felicitó emocionado.

El árbol, impresionado por la valentía y la bondad de Tomás, le concedió un deseo especial: el deseo de que todos los niños del pueblo pudieran tener la oportunidad de cumplir sus sueños. Tomás, emocionado, formuló su deseo y, de repente, el árbol comenzó a brillar con una luz brillante y cálida.

Al día siguiente, todos los niños del pueblo se despertaron con la oportunidad de cumplir sus deseos, gracias al valor y la bondad de Tomás. Desde entonces, el árbol se convirtió en un lugar de esperanza y sueños, donde los niños acudían con ilusión y valentía para pedir sus anhelos.

Y el pequeño Tomás aprendió la valiosa lección de que el verdadero valor radica en la bondad y el desinterés por el bienestar de los demás.

FIN.

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