El Árbol de los Deseos
En un pequeño vecindario de Argentina, vivían dos amigos inseparables: Pablo y Martina. Eran niños curiosos y aventureros que pasaban sus días explorando cada rincón del barrio.
Un día, mientras caminaban por un sendero que nunca habían recorrido, encontraron un árbol gigantesco, cubierto de hojas brillantes y con un tronco tan grueso que parecía tener cientos de años. Pero no era un árbol cualquiera, ¡era un árbol de los deseos!"¡Mirá, Martina!" - exclamó Pablo, asombrado. "¡Es un árbol de los deseos! Escuché que si le susurras un deseo, puede hacerlo realidad. ¿Qué deseás?"
"No sé..." - respondió Martina, pensativa. "¿Y si pedimos ser los mejores amigos del mundo?"
Ambos se acercaron al árbol, cerraron los ojos y susurraron en voz baja.
"Queremos ser los mejores amigos del mundo, siempre juntos y felices."
De repente, el árbol comenzó a temblar y una lechuza blanca apareció en una de sus ramas.
"¿Qué desean realmente?" - preguntó la lechuza con una voz suave. "Ser los mejores amigos del mundo es una gran meta, pero el verdadero deseo debe provenir del corazón."
Pablo y Martina se miraron confundidos.
"¿Qué querés decir?" - inquirió Pablo.
La lechuza continuó, "La amistad es más que desear estar juntos. Significa apoyarse, entenderse y, a veces, también separarse. ¿Están dispuestos a aprender sobre esto?"
Intrigados, los niños asintieron.
"Podrán hacer un solo deseo, pero necesitarán demostrar que entienden su significado. El árbol los pondrá a prueba."
Y así comenzó la aventura. La lechuza hizo un gesto y un camino de flores apareció frente a ellos.
"Sigan este sendero. Cada paso les enseñará algo importante."
Luego de caminar unos metros, encontraron un estanque donde había un patito atrapado entre unos juncos.
"¡Ayuda!" - gritaba el patito. "No puedo salir de aquí."
"¡Ayudémoslo!" - dijo Martina.
Pero Pablo, preocupado, dijo: "Pero, ¿no deberíamos seguir nuestro camino?"
"Pablo, la amistad es ayudarnos, no importa lo que nos cueste." - respondió Martina y, sin dudarlo, se metió en el agua para liberar al patito.
Después de un gran esfuerzo, Martina logró liberar al pequeño animal. El patito, agradecido, les sonrió y se fue volando.
Siguiendo su camino, los amigos llegaron a una colina donde había una niña triste.
"¿Qué te pasa?" - preguntó Pablo.
"No tengo amigos. Nadie juega conmigo." - sollozó la niña.
Martina miró a Pablo.
"Pablo, debemos invitarla a jugar. Todos merecen un amigo."
Pablo dudó un momento, pero luego sonrió al igual que Martina. "¡Claro! Vení, jugá con nosotros."
La niña sonrió, y juntos jugaron al aire libre hasta que el sol comenzó a esconderse tras las montañas. Cuando se despidieron, la niña no paraba de agradecerles.
Finalmente, llegaron al árbol de los deseos nuevamente. La lechuza los estaba esperando.
"¿Están listos para hacer su deseo?" - preguntó.
"¡Sí!" - respondieron al unísono.
"¿Qué han aprendido?" - preguntó la lechuza.
Martina, tomando la iniciativa, dijo: "No solo se trata de estar juntos, sino de ayudarnos mutuamente y abrirnos a nuevos amigos. La verdadera amistad es aprender a compartir, cuidar, y también a dar espacio cuando es necesario."
La lechuza sonrió, su luz iluminó el árbol y comenzó a brillar intensamente.
"Entonces, hagan su deseo, pero recuerden, la amistad no es solo un deseo, es una acción. Cada uno tiene que desearlo cada día."
Pablo y Martina se miraron, entendiendo que lo que habían vivido era solo el comienzo.
"Deseamos ser amigos que siempre se apoyen y nunca dejen de aprender."
Con un chispazo de luz, el árbol hizo realidad su deseo y las flores alrededor comenzaron a brotar en colores vibrantes.
Desde aquel día, Pablo y Martina siempre se recordaban que la amistad requería de valentía, generosidad y, sobre todo, respeto por las decisiones de cada uno, aprendiendo de cada aventura y de cada nuevo amigo que llegase a sus vidas. En su corazón, sabían que el verdadero árbol de los deseos siempre estaría creciendo junto a ellos, fortaleciendo su lazo a través de los años.
Y así, en cada rincón del vecindario, se oía el eco de la voz de los amigos, llevando el mensaje de la amistad en cada paso que daban juntos.
"¡Juntos somos más fuertes!" - solían decir, mientras el árbol de los deseos seguía creciendo, esperando a los próximos que se atrevieran a soñar.
FIN.