El Árbol de los Deseos
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, dos amigos inseparables: Mateo y Sofía. Él era un chico aventurero, siempre corriendo detrás de una pelota, mientras que ella era soñadora y le encantaba contar historias. Aunque eran diferentes, su amistad era tan fuerte como un tronco de un árbol.
Un día soleado, mientras paseaban por el bosque, Mateo se detuvo al ver un árbol enorme con un tronco ancho y frondosas ramas.
"Sofía, mirá ese árbol tan gigante. ¿No te parece que tiene algo mágico?" - dijo Mateo, recorriendo el árbol con la mirada.
Sofía se acercó, tocó su corteza rugosa y dijo: "Sí, parece que guarda muchos secretos. Yo diría que es un Árbol de los Deseos".
Mateo, emocionado, sacó un pequeño trozo de papel y escribió su deseo: “Quiero ser el mejor jugador de fútbol del mundo”. Sofía, un poco más pensativa, anotó su deseo: “Quiero contar historias que hagan reír y soñar a todos”.
"¿Qué hacemos ahora?" - preguntó Mateo.
"Es simple, lo colgamos en este árbol y vemos qué pasa" - sugirió Sofía, sonriendo. Colgaron los papeles en una rama y continuaron jugando en el bosque.
Pasaron los días, y cada vez que regresaban al árbol, sus deseos seguían ahí. Un tiempo después, Mateo quiso hacer un torneo de fútbol en el pueblo y, a pesar de ser un buen jugador, no siempre podía ganarlo todo. Sofía lo veía un poco desanimado y se le ocurrió una idea.
"Podemos organizar un partido juntos, donde cada uno haga lo que mejor sabe. ¡Vos jugás, y yo cuento la historia del partido para que todos se sientan parte de la aventura!" - exclamó.
Mateo, con una sonrisa iluminada, aceptó la idea. Así, organizaron un torneo donde no solo los chicos jugaban, sino también los adultos. Sofía se convirtió en la narradora del evento, creó personajes de cada jugador y su manera de jugar. Todo el pueblo se juntó, reía y festejaba.
El día del partido, mientras Mateo corría por la cancha, escuchaba la voz de Sofía contando historias emocionantes sobre cada jugada. El torneo fue un éxito y ese día, no solo Mateo se sintió el mejor jugador del mundo, sino que todos se divirtieron, especialmente cuando hicieron una pausa para escuchar las historias de Sofía.
Poco tiempo después, un reconocido entrenador de fútbol visitó el pueblo y no pudo evitar notar a Mateo, quien, gracias al apoyo incondicional de Sofía, había dado lo mejor de sí.
"Ese chico tiene talento. Con un poco de entrenamiento, podría ir lejos" - pensó el entrenador. Cuando se acercó a Mateo, le ofreció una oportunidad de entrenamiento en la ciudad.
Mateo se sintió entre la espada y la pared.
"No sé si quiero irme, Sofía. ¿Y si me olvidan?" - le dijo una noche mientras miraban las estrellas.
Sofía, con una mirada comprensiva, respondió: "La amistad verdadera no se olvida, Mateo. Siempre estaremos juntos sin importar la distancia. Vos seguí soñando y entrenando, y yo seguiré contando nuestras historias. ¡Nos volveremos a encontrar!"
Mateo tomó la decisión de irse a la ciudad con el entrenador. Los días pasaron, y aunque marcaba diferencia en sus entrenamientos, extrañaba a Sofía y sus historias. Entonces un día, decidió escribirle una carta.
"Querida Sofía, hoy jugué como nunca. Me acordé de las historias que contabas. Ríe mucho, sigue soñando, y siempre seremos amigos".
Sofía respondió rápido, diciéndole que estaba recolectando todas las historias que solían contar y que un día, harían un libro de sus aventuras juntos.
Así fue como, a pesar de la distancia, los dos amigos siguieron creando historias. La amistad entre Mateo y Sofía no solo se hizo más fuerte, sino que también inspiró a todo el pueblo a seguir sus sueños. Y siempre, en su corazón, el Árbol de los Deseos seguiría de pie, recordándoles que la verdadera amistad es un deseo que se cumple cada vez que compartimos momentos y sueños.
FIN.