El Árbol de los Deseos
Era una vez en un pequeño pueblo llamado Villanieve, donde cada invierno la nieve cubría las calles y los adornos navideños brillaban en cada casa. En el centro del pueblo, había un mágico árbol que se iluminaba cada noche de Navidad, conocido como el Árbol de los Deseos. Los niños del pueblo creían que si escribían un deseo en una tarjeta y lo colgaban en el árbol, se haría realidad.
Un día, un niño llamado Tomás decidió que este sería el año en que su deseo se haría realidad. En su corazón, Tomás deseaba que su mamá, que trabajaba muy duro en la tienda de golosinas, pudiera disfrutar la Navidad como todos los demás.
- Quiero que mamá tenga un día libre para festejar con nosotros, - le contó a su mejor amigo, Lucas, mientras caminaban hacia la escuela.
- Suena genial, Tomás, pero ¿cómo lo vas a hacer? - preguntó Lucas, con una ceja levantada.
Tomás se encogió de hombros.
- No sé, pero tengo que intentarlo. -
Cuando llegó la noche de Navidad, Tomás escribió su deseo en una tarjeta brillante y, con un poco de nervios, la colgó del árbol. Mientras los copos de nieve caían delicadamente, miró los brillantes adornos y sonrió.
La mañana siguiente, Villanieve despertó blanca y radiante. Tomás se apresuró a ver el árbol, pero se dio cuenta de que su tarjeta seguía colgada.
- ¿No funcionó? - se preguntó, desilusionado.
Sin embargo, ese mismo día, su mamá llegó a casa con una gran sonrisa.
- ¡Sorpresa! - exclamó. - Hoy la tienda tuvo muchas ventas, así que decidí cerrar temprano y pasar la Nochebuena con ustedes.
Tomás no podía creerlo.
- ¿De verdad? - preguntó, sus ojos brillando de alegría. - ¡Eso es genial! Pero... ¿fue por mi deseo? -
Su mamá se agachó y lo abrazó.
- No sé, mi amor. A veces, los sueños se hacen realidad cuando menos lo esperas. Pero también se trata de lo que hacemos por los demás.
Esa noche, mientras cenaban, la familia se llenó de risas y abrazos. Tomás se dio cuenta de que, aunque había deseado un regalo para su mamá, el regalo más grande era poder estar juntos.
Días después, Tomás y Lucas se dieron cuenta de que muchos otros niños del pueblo habían tenido sueños similares sobre ayudar a sus familias. Se les ocurrió una idea.
- ¿Y si hacemos un buen acto cada día hasta Navidad? - propuso Lucas.
- ¡Sí! Podemos ayudar a los abuelos, recoger juguetes para donar y hacer tarjetas para alegrar a los que están solos. - contestó Tomás, emocionado. -
Así, los niños se unieron y comenzaron a trabajar. Cada día ayudaban a alguien diferente, haciendo pequeñas pero significativas acciones de bondad: llevaban la compra a los vecinos, jugaban con los perros del refugio y hacían postales con mensajes de amor.
La Navidad llegó y el árbol estaba lleno de tarjetas, pero había algo aún más especial: la alegría que habían compartido. Entonces, en la noche de Nochebuena, todos se reunieron alrededor del árbol.
- Quiero que todos juntos hagamos un deseo - dijo Tomás. - Que todos en el pueblo se sientan amados y no se sientan solos. -
Los niños se tomaron de las manos y cerraron los ojos, deseando lo mismo. En ese momento, el Árbol de los Deseos brilló intensamente, iluminando el pueblo con luz y amor.
Desde entonces, Villanieve no solo celebraba la Navidad, sino que también celebraba la bondad y la unión, recordando que los mejores regalos son aquellos que vienen del corazón. Y Tomás aprendió que un deseo puede hacerse realidad no solo al colgarlo en un árbol, sino a través de las acciones de amor y generosidad que compartimos con los demás.
Fin.
FIN.