El Árbol de los Sueños



Había una vez, en un pintoresco pueblito rodeado de colinas y cerros verdes, un viejo árbol al que todos llamaban "El Árbol de los Sueños". Este árbol era muy especial porque, cada vez que un niño pasaba por su lado y hacía un deseo sincero, el árbol movía sus ramas suavemente, como si los escuchara.

Un día, un grupo de niños decidió explorar el cerro más cercano. Entre risas y juegos, Stella, la más soñadora del grupo, dijo:

"¡Quiero que este día sea mágico!"

El árbol, que estaba a la distancia, se meció suavemente, como si respondiera a ella.

Los niños, al ver el movimiento del árbol, decidieron acercarse.

"¿Qué hará el árbol por nosotros?"

preguntó Lucas, el más curioso.

"Tal vez nos dé un deseo también", respondió Valentina.

Con anticipación y alegría, cada uno de ellos se armó de valor y le contó al árbol sus deseos:

"Yo quiero ser un gran artista".

"Yo quiero viajar por el mundo".

"Yo quiero ser el mejor jugador de fútbol".

"Yo quiero que siempre estemos juntos".

El árbol siguió moviendo sus ramas, como si estuviera escuchando atentamente. Pero, poco después, el cielo se nubló, y un ruido fuerte retumbó en el cerro.

"¿Qué fue eso?", gritó Lucas, asustado.

"¡Debemos volver a casa!"

Pero Stella miró hacia el árbol, cuyas hojas brillaban con una luz mágica.

"¡Esperen! Tal vez el árbol nos ayude a entender esto", dijo.

Les recordó que el árbol siempre tenía sabiduría, así que se sentaron a su sombra y pensaron en lo que realmente significaban sus deseos.

"Tal vez no solo se trata de lo que queremos, sino de lo que podemos dar", sugirió Valentina.

"Sí, si todos trabajamos juntos, podríamos hacer de este lugar un sitio mágico para todos", agregó Lucas.

Con una nueva perspectiva, los niños decidieron colaborar para hacer algo grande. Se pusieron a recoger basura del cerro, pintar las rocas con colores brillantes y plantar flores. Cada día, más y más niños se unieron al proyecto.

Un día, mientras trabajaban, el árbol brilló intensamente y de sus ramas cayeron semillas mágicas.

"¡Miren!", gritó Stella.

"Estas deben ser semillas de nuestros sueños", afirmó Lucas.

Las semillas fueron plantadas con amor y cuidado, y pronto comenzaron a crecer maravillas alrededor del árbol: árboles frutales, flores de mil colores y juegos para todos los niños.

El cerro se transformó en un lugar único, donde no solo cumplían sus deseos, sino que también aprendieron el valor de trabajar juntos y el poder del amor y la amistad.

"¡Miren lo que logramos!", exclamó Valentina un día, mirando a su alrededor.

"Sí, y todo empezó con un deseo sincero y la voluntad de ayudar", sostuvo Stella con una sonrisa.

Y así, El Árbol de los Sueños se convirtió en un símbolo de la magia que todos llevaban dentro, recordándoles que a veces, los deseos más lindos se cumplen cuando se trabaja en equipo y se siembra el amor en cada acción.

Desde aquel día, cada vez que los niños pasaban por el árbol, lo saludaban y compartían con él sus sueños, sabiendo que la verdadera magia estaba en la amistad y el amor que compartían en su pueblo.

FIN.

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