El árbol de los sueños
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes, un árbol enorme y frondoso en el centro de la plaza. Todos los niños del lugar estaban convencidos de que el árbol tenía un poder especial: el de conceder un deseo si alguien lograba tocar su cima. Pero la parte más difícil era que para llegar a ella, debían ir cambiando la forma en que pedían sus deseos.
Un día, Tomás, un niño curioso y soñador, se armó de valor y se acercó al árbol.
"¡Quiero ser el mejor futbolista del mundo!" - exclamó Tomás, mirando la copa del árbol.
El viento sopló y las hojas parecieron temblar, pero nada sucedió.
Un poco desilusionado, Tomás se fue a casa, pero al día siguiente le trajo una pelota al árbol y probó de nuevo.
"Si puedo jugar muy bien al fútbol, entonces podré ayudar a mi equipo y tener muchos amigos" - dijo.
Las hojas chasquearon suavemente, pero el árbol seguía en silencio. Al ver que tampoco funcionó, Tomás decidió ir a hablar con su amigo Leo, el más atrevido del grupo.
"Leo, creo que el árbol no me escucha" - le dijo Tomás.
"No es que no te escuche, Tomás. O quizás tu deseo no era del todo puro. ¿Por qué no piensas en algo más significativo?" - sugirió Leo, mirándolo pensativo.
Tomás se quedó reflexionando y pensó en cómo le encantaba ayudar a los demás. Al día siguiente, volvió al árbol con una nueva idea.
"Quiero aprender a ser un buen jugador para ayudar a mis amigos a disfrutar del fútbol" - proclamó.
El árbol tembló una vez más, y en ese momento apareció una ardilla que se acercó a Tomás.
"Hola, amiguito. Me llamo Rita. Veo que tienes un sueño, pero para alcanzarlo, primero debes practicar y aprender a ayudar a otros" - le dijo la ardilla, guiñándole un ojo.
Tomás sonrió, sintiendo que había dado en el clavo. Así que junto a Leo, organizaron una pequeña escuela de fútbol en la plaza. Invitaron a todos los niños del pueblo, sin importar si sabían o no jugar.
Los días pasaron entre risas, juegos y mucha práctica. Sin embargo, un día, llegó un niño nuevo al pueblo llamado Mateo. Mateo era más pequeño y no jugaba con confianza.
"No sé jugar, no voy a ser bueno como ustedes" - dijo Mateo tristemente.
Tomás se acercó y le dijo:
"Todos empezamos sin saber, pero entre todos podemos aprender. ¡Ven, jugá con nosotros!" - animó Tomás.
Mateo aceptó, y tras un tiempo y mucho apoyo de sus nuevos amigos, empezó a mejorar. Todos estaban contentos y el grupo de amigos se hacía más grande. Así, un día, Tomás se dio cuenta que había cumplido su deseo.
"¡He aprendido más de lo que imaginaba! No solo soy mejor en el fútbol, sino que también tengo un montón de amigos" - dijo, mirando al árbol.
Los niños sobre la hierba comenzaron a aplaudir, y el árbol se agito, dejando caer un par de flores. Era como si el árbol celebrara con ellos.
"Gracias, árbol!" - gritaron al unísono.
Desde entonces, el árbol de los sueños se convirtió en un símbolo de amistad y trabajo en equipo. Los niños aprendieron que el verdadero poder no estaba solo en los deseos, sino en el esfuerzo y la colaboración.
Y Tomás, siempre recordaba aquel día en que, al cambiar su deseo, descubrió que lo que realmente importaba era ser parte de un grupo que se apoyaba mutuamente. Así, cada primavera, un nuevo grupo de amigos se reunía bajo su sombra, listos para soñar juntos.
FIN.