El Árbol de los Sueños
En un pequeño pueblo, había una niña llamada Lucía, conocida por su curiosidad e imaginación desbordante. En su escuela, los juegos de balitas eran el pasatiempo favorito de los chicos. Todos los recreos se reunían en el patio, formando círculos y desafiándose para ver quién tenía mejor puntería.
Un día, mientras hasta tenían los ojos fijos en las balitas, Lucía decidió que quería inventar un juego nuevo, uno que incluyera no solo destreza, sino también mucho más.
"Chicos, ¿qué les parece si hacemos un juego de aventuras?" - propuso Lucía, muy entusiasmada.
"¿Aventura?" - preguntó Mateo, uno de sus amigos. "¿Cómo se juega eso?"
"Podemos explorar un lugar misterioso, como el gran árbol del parque, y conseguir tesoros y sorpresas" - explicó Lucía, convencida de que la aventura sería divertida.
De inmediato, los otros niños se mostraron interesados. Pero en lugar de seguir adelante, una nube de dudas envolvió el ambiente.
"¿Y si no logramos encontrar nada?" - murmuró Clara. "A veces no vale la pena arriesgarse."
"Es que no se trata sólo de encontrar algo! Lo importante es la aventura en sí misma" - contestó Lucía, con el brillo en sus ojos.
El gran día llegó, y todos los chicos se juntaron en torno al imponente árbol que se erguía en el parque como un guardián de secretos.
Al llegar, Lucía comenzó a guiarlos.
"Podemos empezar contando historias sobre lo que creemos que hay escondido en este árbol!" - propuso.
"Yo creo que en su interior hay un cofre lleno de balitas de colores" - dijo temporáneamente, aunque un toque de duda asomaba en su voz.
Cada uno de los chicos comenzó a aportar sus ideas, imaginando que dentro del árbol había videojuegos mágicos, personajes de sus historias favoritas, e incluso seres de cuentos.
"Y si tocamos el tronco y hacemos un deseo, ¿qué pasaría?" - preguntó Mateo, con una sonrisa picarona.
"Trepa arriba y toca la rama más alta, así tu deseo se hará más fuerte!" - gritó Clara, ahora llena de energía.
Así fue como se dividieron en grupos, cada uno con su propia misión, explorando cada rincón del árbol, buscando lo que cada uno desearía encontrar. Pero mientras jugaban, tuvieron una sorpresa inesperada: descubrieron unas pequeñas balitas brillantes enterradas entre las raíces.
"¡Miren esto!" - exclamó Lucía, reteniendo la respiración.
"Son balitas mágicas!" - decía Mateo, levantando una de ellas con asombro. "¡No puedo creerlo!"
Mientras todos disfrutaban de las balitas, Lucía recordó que el verdadero tesoro no era solo ese descubrimiento, sino cómo se habían acercado más como amigos a través de la aventura.
Decidieron, entonces, organizar un torneo de balitas utilizando las que habían encontrado, pero Lucía hizo una pausa,
"Espera, pero vamos a hacerlo diferente, ¿qué les parece si en vez de competir, jugamos en equipos y compartimos?" - sugirió.
"¡Sí! ¡Así todos ganamos!" - apoyó Mateo, emocionado.
Armaron equipos, riendo y jugando por horas. Al final del día, mientras se sentaban bajo la sombra del árbol, compartiendo historias, Lucía les recordó:
"El verdadero sentido de lo que hicimos hoy es que al compartir y trabajar juntos, encontramos algo aún más grande que un tesoro".
"¡Siempre deberíamos hacer aventuras así!" - exclamó Clara, con una sonrisa plena.
"Sí, siempre hay que seguir soñando para encontrar nuevas cosas, no solo en el juego, sino en la vida misma" - agregó Mateo.
Desde aquel día, el árbol se convirtió en su lugar especial, uno donde cada vez que iban, recordaban que los mejores tesoros son aquellos que se comparten con amigos, y que la verdadera aventura comienza cuando se tienen los ojos abiertos para imaginar.
FIN.