El Árbol de Manzanas y el Niño que lo Quería
Había una vez en un tranquilo rincón del bosque un hermoso árbol de manzanas. Este árbol era muy especial, tenía un tronco fuerte y ramas que se extendían como brazos abiertos, llenas de frutos rojizos y brillantes. En este mismo bosque vivía un niño llamado Lucas, que adoraba pasar sus días junto al árbol.
Lucas jugaba a su alrededor, inventando nuevas aventuras. A veces se subía a las ramas más bajas para recoger las manzanas más jugosas y otras veces se sentaba bajo su sombra a leer cuentos de hadas. El árbol siempre parecía sonreír cuando Lucas estaba cerca.
"¡Hola, querido árbol!" - decía Lucas con alegría.
El árbol respondía de una manera mágica e imaginaria, como si pudiera entender lo que el niño sentía.
"¡Hola, Lucas! ¡Te estoy esperando!" - susurraba el viento entre las hojas, y Lucas se reía, sintiendo que el árbol realmente hablaba con él.
Con el tiempo, Lucas fue creciendo. Cada año, cada manzana recolectada se convirtió en una parte de su infancia. Las horas pasaban volando mientras compartían risas y secretos. Pero, cuando Lucas llegó a la adolescencia, comenzó a estar más ocupado. Las tareas escolares, los deportes y sus amigos lo mantenían alejado del árbol.
Un día, luego de dos años sin visitarlo, Lucas decidió regresar a su viejo amigo. Se sintió emocionado, pero también un poco triste al pensar que había pasado tanto tiempo.
"¡Hola, árbol! ¿Sigues aquí?" - gritó Lucas, corriendo hacia el árbol.
El árbol, que había estado esperando, se iluminó al ver a su amigo.
"¡Lucas! ¡Por supuesto que estoy aquí!" - respondió el árbol con alegría, aunque también un poco de nostalgia. "Te he extrañado mucho. ¿Por qué no has venido?"
Lucas se rascó la cabeza, incómodo.
"Estuve muy ocupado, árbol. Hay tantas cosas que hacer y amigos que ver..." - confió Lucas, sintiendo un nudo en el estómago.
"Lo entiendo, mi querido Lucas. Pero recuerda que siempre estaré aquí para ti, en las buenas y en las malas," - dijo el árbol, mientras algunas manzanas caían de sus ramas, como una forma de recordarle su bondad.
Lucas sonrió y decidió pasar esa tarde con el árbol, contándole sobre su vida. Entre charla y charla, el árbol le dijo:
"Cada vez que regresas, también yo renazco junto a ti. Porque te quiero, Lucas. Y las manzanas que he dado son agradecimiento a tu presencia."
Los años pasaron, y a medida que la vida de Lucas se volvía más complicada, el árbol nunca dejó de ofrecerle su sombra y manzanas. Lucas aprendió muchas cosas, pero también cómo reconocer la importancia de valorar a quienes lo rodean.
En un verano caluroso, Lucas tuvo una gran idea.
"¡Árbol! Vamos a hacer una fiesta de verano. Invitaré a todos mis amigos a celebrar aquí, ¡será genial!" - propuso emocionado.
"Suena divertido, Lucas. Pero recuerda que lo más importante en una fiesta es la compañía y los momentos compartidos," - aconsejó el árbol con cariño.
Y así, organizó una gran fiesta en el campo, bajo la sombra del árbol. Sus amigos disfrutaron de las manzanas frescas y muchos juegos. Lucas se dio cuenta de que el árbol había creado un refugio para ellos, donde podían ser felices juntos.
Una tarde, mientras contemplaban el atardecer, uno de sus amigos le preguntó:
"Lucas, ¿alguna vez has pensado en cómo este árbol ha crecido contigo?"
Lucas se quedó en silencio, observando cómo cada hoja y cada manzana representaban un recuerdo compartido.
"Sí. Este árbol ha sido como un padre para mí, siempre presente,” - respondió, lleno de gratitud.
Con el tiempo, Lucas se convirtió en un adulto, lleno de experiencias y recuerdos, pero jamás olvidó al árbol. Al final, decidió plantarle un pequeño árbol de manzanas en su propio jardín para que nunca estuviera solo.
"Ahora, también podré cuidar de ti como tú cuidaste de mí," - afirmó Lucas, mientras regaba a su nuevo amigo, aprendiendo que el amor y la amistad siempre merecen ser compartidos.
El árbol, en un lugar especial del bosque, continuó susurrando al viento, y esa amistad perduró, inspirando a otros como un hermoso testimonio de amor incondicional. Y así, un simple árbol de manzanas se convirtió en el símbolo de la amistad eterna en el corazón de un niño que aprendió a decir "te quiero" cada vez que regresaba a visitarlo.
FIN.