El árbol generoso


Había una vez un hermoso árbol en medio de un bosque, el cual era conocido por su generosidad. Este árbol, llamado Abraham, siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás.

Un día, el conejo Ramón se acercó a Abraham en busca de refugio. -¡Por favor, Abraham, necesito un lugar para esconderme! – dijo el conejo, asustado por un zorro que lo perseguía. Abraham, sin dudarlo, extendió sus ramas y dejó que Ramón se ocultara entre ellas, protegiéndolo del peligro.

Días después, la lechuza Lucía llegó volando a pedirle a Abraham algunas ramas para construir su nido. -¡Claro que sí, Lucía! Toma las ramas que necesites -respondió Abraham, con una sonrisa.

Y así, Abraham continuó siendo generoso con todos los animales del bosque. Sin embargo, con el paso del tiempo, Abraham comenzó a sentirse agotado y triste, ya que había dado todo lo que tenía. Entonces, llegó el momento en que Abraham ya no tenía más ramas para compartir.

Los animales del bosque, al darse cuenta de la situación, se reunieron y decidieron devolverle el favor a Abraham. Juntos, plantaron nuevas semillas alrededor de Abraham, cuidándolas con amor y paciencia.

Con el tiempo, las semillas crecieron y se convirtieron en hermosos árboles, formando un círculo de amigos alrededor de Abraham. El viejo árbol, al ver la bondad y generosidad de los demás, se sintió renovado y feliz.

Desde ese día, Abraham entendió que la verdadera generosidad consiste en dar, pero también en saber recibir. Y así, vivieron todos felices, cuidándose y compartiendo juntos en el hermoso bosque.

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