El Árbol Generoso y el Niño Soñador
Había una vez, en un tranquilo pueblo rodeado de colinas verdes, un hermoso árbol. Este árbol no era un árbol cualquiera; era un árbol generoso. Tenía un tronco robusto y sus ramas se extendían ampliamente, llenas de hojas brillantes que susurraban con el viento. Los niños del pueblo solían jugar a su alrededor. Entre todos ellos, había un niño llamado Tomás, que siempre miraba al árbol con admiración.
Un día, mientras Tomás estaba sentado bajo la sombra del árbol, le dijo:
"¡Hola, árbol! A veces siento que mis sueños son tan grandes como tus ramas, pero no sé cómo alcanzarlos."
El árbol, emocionado, respondió:
"Querido Tomás, los sueños son hermosos. Cuéntame de ellos, tal vez pueda ayudarte a alcanzarlos."
Tomás sonrió y le contó al árbol sobre su deseo de ser un gran inventor. Quería crear cosas increíbles que ayudarían a la gente del pueblo.
"Pero no tengo los materiales ni las herramientas que necesito."
El árbol pensó por un momento y decidió ser de ayuda.
"Puedo ofrecerte mis ramas. Puedes usarlas para construir lo que quieras."
Tomás se llenó de alegría.
"¡Muchas gracias, árbol! ¡Eres muy amable!"
Con mucho esfuerzo, recogió algunas ramas y comenzó a trabajar en su primera invención: un cometa. Con las ramas, hilo y telas que encontró en casa, logró crear un hermoso cometa. Cuando lo voló por primera vez, fue mágico. Todo el pueblo salió a verlo volar alto en el cielo.
dos días después, Tomás se acercó de nuevo al árbol.
"¡Árbol, he volado mi cometa y fue genial! Pero ahora quiero hacer algo más grande. Quiero crear un juego para que los niños del pueblo jueguen juntos."
"Puedo regalarte más ramas y hojas para tu juego," respondió el árbol.
"Eso sería maravilloso. ¡Gracias!"
Una vez más, Tomás utilizó el regalo del árbol y construyó una gran estructura en forma de castillo. El castillo era increíble y todos los niños del pueblo se divirtieron jugando en él.
Con el tiempo, Tomás creció y sus sueños empezaron a ganar forma. Cada vez que necesitaba algo, visitaba al árbol y juntos creaban maravillosos inventos. Sin embargo, cada vez que el árbol le daba algo, le iba dejando una herida, pues él también necesitaba de sus ramas.
Un día, Tomás descubrió que el árbol estaba comenzando a verse triste. Se acercó y le preguntó:
"¿Qué te pasa, árbol?"
"Me alegra verte feliz, pero también se siente un poco vacío en mi corazón. Cada vez que te ayudo, estoy dejando parte de mí. Ahora tienes muchos sueños, pero yo me estoy quedando solo."
Tomás se dio cuenta de que, aunque había logrado muchas cosas, no estaba prestando atención al árbol. En ese momento, se dio cuenta de que debía recompensar al árbol con algo más.
"Tienes razón. Te he pedido tanto que olvidé darte amor y cuidado. Vamos a cuidarte."
Desde entonces, Tomás visitaba al árbol no solo para pedirle ayuda, sino también para darle agua y abono. Decoraba sus ramas con colores, traía a otros niños para que también lo cuidaran y jugaran alrededor de él. Pronto, el árbol volvió a ser fuerte y hermoso.
Un día, mientras todos jugaban bajo su sombra, el árbol compartió su última idea con los niños:
"¿Por qué no organizamos un festival del árbol cada año? Podremos celebrar la amistad y crear cosas juntos."
Todos se entusiasmaron y así, cada año, el pueblo celebraba el Festival del Árbol, donde se contaban historias, se hacían juegos y se agradecía a la naturaleza por todo lo que les daba.
Con el paso del tiempo, Tomás se convirtió en un gran inventor, pero nunca olvidó al árbol generoso. Aprendió que los sueños pueden realizarse, pero siempre es importante cuidar y agradecer a quienes nos ayudan a alcanzarlos.
Y así, el árbol y Tomás vivieron felices, compartiendo sus sueños y celebrando juntos la vida y la generosidad que siempre queda cuando se cuida de nuestros amigos. Fin.
FIN.