El Árbol Mágico de la Plaza



En un pequeño pueblo llamado Floravia, había un parque lleno de risas, juegos y un hermoso árbol mágico llamado Roble. Este árbol tenía hojas verdes que daban sombra a los niños que jugaban y flores de colores que alegraban todos los días. La leyenda decía que aquel que cuidara del árbol podría escuchar sus secretos.

Un día, los habitantes del pueblo notaron que Roble comenzaba a marchitarse. Sus hojas se volvían amarillas, y las flores se caían al suelo. Los niños, preocupados, se reunieron en la plaza.

"No puede ser, ¡nuestro árbol mágico está enfermo!" - exclamó Tomás, el más pequeño de todos.

"¡Hay que hacer algo!" - agregó Sofía, con una expresión de preocupación.

Todos los niños miraron hacia Roble, y mientras contemplaban su tristeza, sintieron un fuerte deseo de ayudar.

"¿Y si organizamos un día de limpieza en el parque?" - propuso Luis, que siempre tenía buenas ideas.

"¡Sí! Y podemos regar el árbol y darle un poco de abono para que crezca fuerte otra vez!" - sugirió Valentina, que conocía sobre plantas.

Ese mismo día, los niños empezaron a difundir la noticia entre sus vecinos. Al principio, algunos adultos se mostraban escépticos.

"¿Un día de limpieza? ¿Para qué?" - dijo Don Ramón, el panadero del pueblo, mientras sacaba pan del horno.

"Por favor, Don Ramón, ¡el árbol nos necesita!" - insistió Sofía.

Con el tiempo, la voz fue corriendo y más personas se unieron a la causa. Se organizó un gran evento en la plaza.

El día del evento, los niños llegaron temprano con palas, cubos de agua y muchas ganas. Pronto, también llegaron padres, abuelos y hasta algunos adolescentes.

"¡Vamos, todos a trabajar! Para que Roble vuelva a ser el más hermoso del pueblo!" - gritó Luis con entusiasmo.

Con risas y juegos, los habitantes comenzaron a limpiar el parque. Los niños regaban, los adultos recolectaban hojas secas, y todos juntos cantaban mientras trabajaban. Al mismo tiempo, se contaban historias y conocieron más sobre el árbol mágico.

"¿Sabían que si le hablamos con cariño, Roble puede darnos buenos consejos?" - dijo el abuelo Carlos, mientras acariciaba el tronco.

Pasaron las horas y pronto se escucharon los primeros murmullos del viento entre las ramas. Rojo, el fontanero del pueblo, se acercó a los niños para contarles un secreto.

"Sé que si trabajamos juntos, el árbol comenzará a recuperar su magia. ¡Pidan un deseo!" - dijo mientras señalaba una hoja que empezaba a brotar.

Los niños cerraron los ojos y con sus manos unidas, elevaron sus voces:

"¡Deseamos que Roble esté sano y fuerte!"

Poco a poco, las hojas amarillas comenzaron a caer y una nueva vida brotó en el árbol. Las flores volvieron a aparecer, y el árbol comenzó a brillar bajo el sol. Todos comenzaron a gritar de alegría.

"¡Funciona! ¡Roble está volviendo a ser mágico!" - exclamó Tomás, saltando de alegría.

Después de un largo y divertido día de trabajo, los habitantes de Floravia se sintieron felices. Habían logrado lo que parecía imposible: salvar a su árbol mágico. Mientras se despedían, los niños se dieron cuenta de algo importante.

"Lo hicimos juntos, y eso es lo que importa. Aprendimos a trabajar en equipo y, por sobre todo, a cuidar lo que amamos" - dijo Valentina, mirando a sus amigos.

Desde ese día, Roble se convirtió en el símbolo del trabajo en equipo en Floravia. La gente prometió cuidarlo siempre y los niños nunca olvidaron aquella lección mágica que les enseñó el árbol: cuando se trabaja juntos, los sueños pueden hacerse realidad.

Y así, el Árbol Mágico siguió creciendo, y Floravia siempre estuvo llena de risas y amor, bajo su sombra protectora. La magia de Roble no solo estaba en su belleza, sino también en la unión de todos sus habitantes.

Fin.

FIN.

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