El árbol que abrazaba



Érase una vez un frondoso árbol llamado Álvaro, que vivía en un verde valle. Álvaro era conocido por sus ramas fuertes y su sombra refrescante. Pero lo que más lo hacía especial era su increíble capacidad de escuchar a todos los que se sentaban bajo su sombra. Todos en el valle sentían que Álvaro les comprendía.

Un soleado día, Pío, un pequeño pájaro de plumas brillantes, voló hacia Álvaro.

"¡Hola, Álvaro! ¡Hoy tengo un gran problema!" -exclamó Pío, moviendo sus alitas con angustia.

"¡Cuéntame, Pío! Estoy aquí para escucharte" -respondió Álvaro, inclinando sus ramas hacia él.

"Mis amigos se están alejando. Siempre estoy solo, nadie quiere jugar conmigo" -dijo Pío, con tristeza en sus ojos.

Álvaro pensó por un momento.

"Quizás puedas invitarlos a un concurso de vuelo. Así podrán divertirse juntos" -sugirió Álvaro, esperanzado.

"¡Esa es una gran idea!" -dijo Pío, animándose un poco.

Con el nuevo plan en mente, Pío voló rápidamente a invitar a todos sus amigos. Sin embargo, cuando llegó al nido de Nico, otro pájaro, se sintió muy nervioso. Nico siempre presumía de sus grandes vuelos.

"Hola, Nico. Estoy organizando un concurso de vuelo. ¿Te gustaría participar?" -preguntó Pío, temblando un poco.

"¿Yo? ¿Con vos?" -dijo Nico, riéndose. "¡No puedo volar con un pajarito como vos!"

Pío sintió que su corazón se rompía un poco. Voló de vuelta a Álvaro, sintiéndose más triste que nunca.

"Nico no quiere volar conmigo. Dice que soy muy pequeño" -dijo Pío, con lágrimas en los ojos.

Álvaro, con la sabiduría que solo un árbol anciano puede tener, respondió:

"A veces, la gente dice cosas sin saber lo que eso puede hacer sentir a los demás. Pero no dejes que eso te detenga, Pío. La compasión empieza desde adentro, y si crees en ti mismo, también podrás hacer que otros vean lo especial que sos".

Decidido a no rendirse, Pío voló a visitar a más amigos. En el camino, vio a Marta, la tortuga, que lentamente atravesaba el camino.

"Marta, ¿te gustaría participar en el concurso de vuelo?" -preguntó Pío.

"¡Pero no puedo volar! Soy una tortuga, Pío" -respondió Marta, sonriendo dulcemente.

"Eso no importa. Puede ser un concurso de carreras, ¡y seguro que serías la mejor!" -dijo Pío emocionado.

Marta aceptó y se unió a la causa. Pronto, otros animales se sumaron al equipo de Pío, incluyendo a una ardilla muy ágil y a un grupo de mariposas. Cada uno aportaba su talento único, lo que hizo que el concurso fuera muy especial.

Finalmente, el gran día llegó. Todos estaban emocionados y preparados. Sin embargo, cuando el concurso comenzó, Pío notó que Nico estaba solo, alejado del resto.

Al sentir la tristeza de Nico desde lejos, Pío recordó las palabras de Álvaro, y decidió que debía actuar con compasión.

"¡Todos!" -gritó Pío. "¡Vamos a invitar a Nico!"

Todos se miraron desconcertados. Entonces, Pío voló hacia Nico.

"Nico, ven. ¡Queremos que estés con nosotros! Esto no es solo por ganar, es para que todos nos divirtamos y aprendamos juntos" -le dijo Pío con sinceridad.

Nico, sorprendido por la invitación de Pío, accedió tímidamente y se unió a ellos.

El concurso cambió por completo, ya que todos se animaban mutuamente y se reían juntos. Al final del día, no importó quién ganó, porque todos se sintieron felices y conectados.

Cuando la fiesta terminó, Álvaro observó desde su lugar y sintió una gran alegría. Pío no solo había logrado unir a todos, sino que también había aprendido el verdadero significado de la compasión.

"Gracias, Álvaro, por tus sabias palabras" -dijo Pío mirando al árbol, que sonrió en silencio.

"La compasión siempre encuentra la manera de unir a los corazones" -respondió Álvaro, satisfecho.

Desde entonces, los habitantes del valle se volvieron más cercanos, siempre recordando la lección de Pío y su valentía por actuar con compasión. Y el árbol, el querido Álvaro, continuó ofreciendo su sombra, siendo un refugio para todos, donde las historias y risas nunca faltaban.

FIN.

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