El Árbol Sabio y la Semilla Perdida
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un hermoso árbol que era conocido por todos como el Árbol Sabio. Sus ramas eran fuertes, sus hojas verdes y brillantes, y su tronco, robusto como una roca. El Árbol Sabio pasaba sus días contando historias a los niños que se sentaban a su sombra.
Un día, un niño llamado Tomás decidió que quería ser como el Árbol Sabio.
"¿Cómo puedo ser tan sabio y grande como vos?", preguntó Tomás.
"Debes aprender y cultivar la paciencia dentro de ti", respondió el Árbol Sabio.
Tomás se sintió inspirado. Así que comenzó a leer libros, a preguntar a los mayores y a crear hermosos dibujos. Sin embargo, había algo que siempre lo inquietaba: su semilla de árbol que había guardado en su bolsillo.
Un día, mientras jugaba con sus amigos, Tomás se dio cuenta de que había perdido la semilla.
"¡No puede ser!" exclamó con tristeza.
"¿Qué hago ahora, Árbol Sabio? Sin mi semilla nunca seré un árbol como vos!", se quejó.
"No te preocupes, querido amigo", dijo el Árbol Sabio, "la verdadera grandeza no viene de ser un árbol, sino de cómo creces y compartes con los demás".
Tomás decidió no rendirse. En lugar de buscar la semilla, se dio cuenta de que podía ser sabio y aprender de nuevas experiencias. Así que emprendió un viaje explorando la naturaleza, visitando montañas y ríos, ayudando a otros niños y aprendiendo de ellos.
Al volver, Tomás había crecido muchísimo. Un día, se encontró con una niña que estaba muy triste porque su perro se había perdido.
"¿Qué te pasa?", le preguntó Tomás.
"Mi perro, Lucho, no vuelve y hoy es su cumpleaños. ¡No sé qué hacer!" respondió la niña.
Tomás decidió ayudarla.
"Vamos, armemos carteles y busquémoslo juntos. Si todos colaboramos, seguro lo encontramos".
"¡Buena idea!", dijo la niña con una sonrisa.
Dos días después de buscar, encontraron a Lucho jugando en la plaza. La niña se abrazó con él y le agradeció a Tomás por ayudarla.
"No hubiera podido sin vos!", le dijo.
"Así como yo aprendí a crecer en mi viaje, también lo haces cuando ayudas a otros".
El Árbol Sabio los vio desde lejos y sonrió.
"Lo ves, Tomás, esa es la grandeza. No es tu semilla la que define tu grandeza, sino el amor y la sabiduría que compartís con el mundo".
Con el tiempo, el pueblo reconoció a Tomás como el niño sabio del pueblo, pero él nunca dejó de aprender y de ayudar. Y así, Tomás se convirtió en un árbol fuerte y sabio, no de madera, pero sí de corazón.
Y así, el pueblo siguió contando historias sobre el niño que aprendió a crecer sin necesidad de una semilla, simplemente porque decidió ayudar y aprender de otros. Antiguos y jóvenes se reunían a su alrededor, siempre escuchando y aprendiendo de sus historias.
Y el Árbol Sabio seguía allí, en su lugar, compartiendo su sombra y sabiduría con las nuevas generaciones.
Así termina nuestra historia, pero nunca el aprendizaje y la colaboración entre amigos.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha terminado!
FIN.