El Árbol Sagrado



Érase una vez en un bosque tranquilo, donde crecía un antiguo árbol sagrado, admirado y respetado por todos los aldeanos. Los niños corrían jugueteando a su alrededor, los ancianos compartían historias bajo su sombra y las familias llevaban ofrendas para agradecer por la abundancia que el bosque les brindaba.

Un día, un forastero llegó al bosque. Él venía de un lugar lejano y llevaba consigo un pesado saco lleno de herramientas.

"¿Qué haces aquí?" - preguntó Kiko, un niño del pueblo, curioso por la presencia del extraño.

"Soy un leñador – respondió el forastero mientras afilaba su hacha -. Vine a buscar madera para construir una casa. Este árbol debe ser perfecto para mí."

Los aldeanos, al escuchar esto, se preocuparon. Sabían que el árbol era sagrado y que debían protegerlo.

"No puedes cortarlo!" - exclamó la abuela Aiko, con una voz firme. "Este árbol es el corazón de nuestro bosque. Nos da sombra, refugio y nos conecta con la naturaleza."

El forastero, sorprendido por la reacción de la gente, les contestó:

"No entiendo por qué están tan apegados a un simple árbol. Para mí, es solo madera."

Kiko, que había estado escuchando atentamente, decidió interceder:

"Pero, señor, este árbol no es solo un árbol. Tiene historias, recuerdos y es hogar de muchos animales. Además, nos ayuda a ser felices."

El forastero se detuvo a pensar en lo que había dicho Kiko, pero aún no comprendía.

"Pero necesito madera para sobrevivir. ¿Qué debo hacer entonces?" - preguntó, algo desconcertado.

La abuela Aiko sonrió y respondió:

"Podrías aprender a trabajar la tierra, a cultivar. Te enseñaremos a encontrar lo que necesitas sin dañar nuestro hogar. El bosque puede darte mucho si lo cuidas."

El forastero, un poco escéptico, decidió quedase un par de días para intentar entender la forma de vida de los aldeanos. Con el tiempo, se dio cuenta de que el bosque no solo era un recurso, sino un amigo. Aprendió de los aldeanos cómo sembrar semillas y cuidar de las plantas.

"Esto es maravilloso!" - exclamó un día, mientras observaba las flores brotar y los animales jugar alrededor de él. "No necesito cortar el árbol, hay tantas maravillas aquí."

Los aldeanos se sintieron felices y afirmó Kiko:

"Ahora entendés, el árbol sagrado no es solo un árbol, es nuestra vida."

Finalmente, el forastero decidió marcharse, ya no con un hacha, sino con una pala y semillas.

"Gracias por abrirme los ojos. Regresaré a mi hogar y cuidaré de la naturaleza como ustedes lo hacen."

Los aldeanos lo despidieron con sonrisas y esperanza, sabiendo que ahora el forastero también llevaría el mensaje del árbol sagrado a otros lugares.

Así, el bosque siguió floreciendo, y el árbol continuó brindando su sombra y seguridad a todos, mientras en el corazón del forastero germinaba una nueva forma de ver la vida: cuidar y respetar a la naturaleza en lugar de solo aprovecharse de ella.

FIN.

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