El Árbol Triste y la Navidad de Carlitos



Había una vez, en un pequeño pueblo argentino, un árbol llamado Árbol Triste. Cada año, todos los árboles de la plaza se adornaban con luces y adornos brillantes, pero el Árbol Triste, que había crecido en la esquina, se sentía olvidado y solo. Sus hojas eran de un verde apagado y sus ramas caídas. Los niños del pueblo nunca se acercaban a él, porque siempre parecía tener una nube gris sobre su copa.

Un día, Carlitos, un niño de corazón soñador, paseaba por la plaza cuando vio al Árbol Triste.

"¿Por qué estás tan triste?" - le preguntó Carlitos con curiosidad.

"Me siento solo, nadie me adorna para Navidad. Todos prefieren los árboles del centro de la plaza." - suspiró el Árbol Triste.

Carlitos no podía soportar ver al árbol así. Tenía una idea.

"¡Voy a hacer algo por vos! Este año, serás el árbol más hermoso de todos!"

El Árbol Triste sintió una chispa de esperanza. Desde ese día, Carlitos comenzó su misión. Fue a casa y juntó todos los adornos que pudo encontrar: algunas luces de colores, una estrella que había hecho en el colegio y algunas decoraciones que su abuela le había regalado para Navidad.

Cada tarde, después de la escuela, Carlitos corría a la plaza con su mochila llena de sorpresas. Un día, mientras adornaba el árbol, un grupo de niños pasó por allí.

"¡Mirá eso!" - dijo uno de ellos, sorprendido. "¿Qué hace Carlitos con ese árbol?"

"Ese árbol no es para nosotros, es el Árbol Triste. Nadie lo quiere" - dijo otro niño con desdén.

Pero Carlitos no se dio por vencido.

"Pero yo sí lo quiero. Él merece sentirse feliz. ¿Por qué no le ayudamos?" - propuso con entusiasmo.

Los otros niños se miraron entre sí, sorprendidos por la valentía de Carlitos. Poco a poco, uno a uno, se fueron acercando para ayudar. Juntos, comenzaron a colgar adornos en el Árbol Triste. Las luces chisporroteaban como estrellitas y la estrella de la cima relucía con fuerza.

"¡Esto está quedando espectacular!" - exclamó uno de los niños. "¡Nunca imaginé que este árbol se vería así!"

El Árbol Triste comenzó a enderezarse, lleno de energía y alegría. Cada adornito colgado era como una caricia a su corazón. Cuando terminaron, el árbol brillaba como un faro en la plaza. Todos lo miraban con asombro.

"Miren, ¡es el árbol más bonito!" - gritó uno de los niños.

Y así fue como el Árbol Triste se transformó en el Árbol de Navidad del pueblo, el más hermoso y deslumbrante, lleno de colores y risas de los niños que lo habían decorado. Aquella noche, la plaza se iluminó y todos se reunieron para celebrar.

Carlitos miró a su alrededor, feliz de ver al Árbol Triste sonreír en su nueva forma.

"¿Ves? Nunca es tarde para sentirse especial y querido" - le susurró al árbol.

A partir de ese día, el Árbol Triste ya no era triste. Pasó a ser el símbolo de la amistad y la unión de toda la comunidad. Desde entonces, cada Navidad los niños del pueblo recordaban la lección que habían aprendido: todos necesitan un poco de cariño y atención, incluso un árbol.

Y así, el Árbol Triste se convirtió en el árbol más feliz del pueblo, y Carlitos, el niño que creyó en él, nunca olvidó el poder de la amistad y la magia de la Navidad.

FIN.

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