El árbol y la luna



Había una vez en un bosque mágico un hermoso árbol llamado Olmo. Olmo era un árbol muy especial, pues tenía ramas largas y verdes que se estiraban hasta el cielo. Cada noche, la luna, que se llamaba Lunaluna, descendía un poco y se asomaba entre las hojas para charlar con Olmo.

"Hola, Olmo. ¿Cómo has estado hoy?" - preguntó Lunaluna, iluminando a Olmo con su suave luz plateada.

"¡Hola, Lunaluna! He estado bien. Los pájaros trajeron muchos cuentos de aventuras hoy. Me encanta escuchar sus relatos." - respondió Olmo, moviendo sus hojas alegres.

Lunaluna era muy curiosa y siempre quería aprender más sobre los días en el bosque.

"¿Y de qué hablabas con los pájaros?" - inquirió.

"Hoy contaron la historia de un pequeño ciervo que cruzó el río solo para buscar a su madre. Fue valiente y, aunque tenía miedo, logró encontrarla." - narró Olmo, entusiasmado.

Lunaluna escuchaba atentamente y luego tuvo una idea.

"Tal vez mañana podrías ayudarme a hacer algo especial. He oído que las estrellas tienen sus propios cuentos, pero nunca me han querido contar porque dicen que no tienen tiempo. ¿Crees que podrías volar alguna hoja hasta ellas para que lleguen a mí?"

"¡Desde luego!" - exclamó Olmo, lleno de emoción. "Por ti, haré lo que sea."

Así, al día siguiente, Olmo reunió todas sus hojas más brillantes y se preparó para hacer un espectáculo. Cuando la noche llegó y Lunaluna se asomó, Olmo comenzó a agitar sus hojas buscando atraer la atención de las estrellas.

"¡Estrellitas! ¡Estrellitas!" - gritó Olmo. "¿Quieren contarme sus cuentos?".

Las estrellas, sorprendidas, se miraron entre sí y finalmente una de ellas, llamada Estrellita, decidió hablar.

"Estamos tan lejos, Olmo, ¿cómo podrías escuchar nuestras historias?" - dijo una de las estrellas titilando.

Olmo respondió.

"Si me cuentan desde aquí, yo las llevaré a Lunaluna. Ella, a su vez, las llevará de vuelta a donde pertenecen."

Las estrellas, intrigadas, comenzaron a narrar sus historias más antiguas y ocultas: cuentos de héroes, aventuras en otros mundos y maravillas celestiales. Olmo escuchaba con atención y luego pasaba esos relatos a Lunaluna.

Lunaluna, cada vez más entusiasmada, iluminaba el bosque con una luz brillante, mientras los habitantes del bosque se reunían para escuchar los relatos.

"Esto es maravilloso, Olmo. Nunca pensé que podríamos escuchar historias tan mágicas. ¡Eres un gran amigo!" - exclamó Lunaluna.

Sin embargo, un día las cosas cambiaron. Una tempestad se desató y las hojas de Olmo comenzaron a caer con fuerza. Lunaluna, preocupada, observaba desde el cielo.

"Olmo, ¿estás bien?" - le preguntó con preocupación.

"No te preocupes, Lunaluna. Esto es solo una parte de la vida. Las hojas volverán a nacer en primavera." - le tranquilizó Olmo.

Pero las estrellas, al ver lo que sucedía, empezaron a murmurar.

"Mira cómo sufre Olmo. ¿Por qué le contamos nuestras historias si está sufriendo?" - dijo una estrella triste.

Sin embargo, Lunaluna decidió actuar.

"Olmo nos ha hecho felices y ha traído alegría al bosque. No dejemos que la tristeza lo consuma. ¡Hagamos algo!" - propuso.

Las estrellas, unidas por la idea de Lunaluna, comenzaron a lanzar destellos de luz hacia el árbol. Sus rayos brillantes danzaron a su alrededor, llenándolo de energía y esperanza. Olmo sonrió al sentir esa calidez.

"Gracias, amigos. Nunca pensé que mis historias pudieran unir a tantos. ¿Puedo seguir contándolas?" - preguntó emocionado.

"¡Sí!" - gritaron las estrellas al unísono.

Así, cada vez que Olmo se sentía un poco triste, Lunaluna y las estrellas iluminaban el cielo, recordándole la importancia de compartir la alegría y encontrar belleza incluso en los momentos difíciles. A medida que pasaban los años, Olmo se volvía más fuerte y sabio, y su amistad con Lunaluna se hacía aún más profunda.

Al final del cuento, los habitantes del bosque y las estrellas nunca dejaron de compartir historias. Y aunque las estaciones cambiaban, su amistad perduró por siempre, un legado de luz y relatos que se contaba de generación en generación bajo la luz de la luna.

Así, Olmo y Lunaluna aprendieron que, a pesar de las tempestades que la vida pudiera traer, la unión y la amistad siempre serían más fuertes, iluminando el camino a seguir.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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