El arroyo, el bebé y la mamá



En un hermoso bosque de Argentina, vivía un arroyo cristalino que serpentear por entre las rocas y los árboles.

Todas las mañanas, el sol se reflejaba en sus aguas, creando destellos mágicos que llenaban de alegría el corazón de quienes lo visitaban. En una de las orillas del arroyo, vivía una mamá pájaro con su pequeño bebé. La mamá pájaro se llamaba Rosalinda, y su bebé se llamaba Manuelito.

Todos los días, Rosalinda enseñaba a Manuelito a volar de rama en rama, a cantar hermosas melodías y a buscar alimento. Manuelito, a pesar de ser un poquito miedoso, siempre seguía los consejos de su mamá y disfrutaba de cada momento juntos.

Un día, una fuerte tormenta azotó el bosque, y el arroyo comenzó a crecer descontroladamente. El agua amenazaba con llevarse todo a su paso, incluyendo el hogar de Rosalinda y Manuelito. - ¡Mamá, mamá, el arroyo se está desbordando! ¡Tenemos que buscar un lugar seguro! - exclamó Manuelito, asustado.

- Tranquilo, hijo, debemos encontrar un lugar alto y protegido. Vamos a volar hacia lo más alto de los árboles - respondió Rosalinda con calma, aunque en su interior también sentía miedo.

Con mucho esfuerzo, Rosalinda guió a Manuelito hacia lo más alto de un árbol, donde se resguardaron de la furia del arroyo. Pasaron largas horas esperando a que la tormenta amainara, mientras el arroyo seguía rugiendo con fuerza.

Finalmente, el sol asomó entre las nubes y el arroyo comenzó a retroceder. Rosalinda y Manuelito descendieron del árbol y se acercaron al arroyo para ver cómo estaba. Para su sorpresa, el arroyo estaba lleno de residuos arrastrados por la tormenta.

- Mamá, ¡el arroyo está muy sucio! No podemos vivir así - exclamó Manuelito con tristeza. - Tienes razón, hijo. El arroyo nos ha dado tanto y merece nuestro cuidado.

Debemos limpiarlo y protegerlo para que siga siendo un hogar para todos los seres vivos del bosque - respondió Rosalinda con determinación. Con la ayuda de otros animales del bosque, como el oso, el conejo, y el zorro, Rosalinda y Manuelito se dieron a la tarea de limpiar el arroyo.

Sacaron ramas, piedras y residuos, y poco a poco devolvieron la claridad y la pureza a sus aguas. El arroyo, agradecido, volvió a brillar con todo su esplendor, y los animales del bosque volvieron a disfrutar de su frescura y vitalidad.

Desde ese día, Rosalinda y Manuelito enseñaron a todos los habitantes del bosque la importancia de cuidar y proteger el arroyo, para que siempre fuera un hogar seguro y limpio para todos.

Y así, el arroyo, el bebé y la mamá, vivieron felices y en armonía, cuidando y protegiendo su hogar junto a todos los demás seres del bosque.

FIN.

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