El arroyo mágico



Había una vez en un hermoso bosque, un arroyo mágico cuyas aguas brillaban bajo el sol y susurraban melodías encantadoras. En ese lugar, vivían muchos animalitos felices. Entre ellos se encontraba Beto el conejito, que era muy travieso y curioso.

Un día, mientras saltaba de la hierba al borde del arroyo, Beto vio algo brillar en el agua. Se acercó y descubrió una hermosa piedra que brillaba como un rayo de sol.

"¡Hola, Beto! ¿Qué has encontrado?" -dijo una voz suave. Beto se sorprendió al descubrir que la piedra podía hablar. "Soy Luna, la piedra mágica que vive en este arroyo.

Tengo el poder de conceder un deseo a quien me encuentre y me devuelva a las aguas del arroyo con amor", explicó la piedra. Beto, emocionado por haber encontrado algo tan especial, decidió pedir un deseo que beneficiara a todos los habitantes del bosque.

"Deseo que este arroyo brille aún más, que sus aguas sean limpias y puras, y que todas las criaturas que viven aquí sean felices", expresó con ilusión. Luna, la piedra mágica, consintió alegremente el bello deseo de Beto.

En ese momento, el agua del arroyo empezó a brillar con intensidad, y de ella surgieron destellos de colores que iluminaron todo el bosque. Los animalitos, asombrados, acudieron al arroyo para ver el maravilloso espectáculo.

A partir de ese día, el arroyo se convirtió en un lugar aún más especial, donde todos podían beber de sus aguas puras y disfrutar de su belleza. Beto se sintió feliz al saber que su deseo había hecho posible esa transformación.

Todas las criaturas del bosque agradecieron a Beto y a la piedra mágica por haber convertido su hogar en un lugar más hermoso y armonioso. Desde entonces, el arroyo mágico se convirtió en el punto de encuentro para celebrar la belleza y la unión del bosque.

Y Beto aprendió una gran lección: a veces, los deseos más bellos son aquellos que buscan la felicidad de todos, y que el amor por la naturaleza puede lograr cosas maravillosas.

FIN.

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