El arte de la amistad



Había una vez en un pequeño pueblo de Japón, un niño llamado Takeshi.

Takeshi era un niño muy corto para su edad, pero tenía un corazón valiente y una pasión por el arte que lo hacía destacar entre los demás. Desde pequeño, Takeshi demostraba un talento excepcional para dibujar y pintar. Pasaba horas creando coloridos paisajes, misteriosas criaturas y hermosas flores en su cuaderno. Sin embargo, lo que más le fascinaba eran los dragones.

Takeshi admiraba la majestuosidad y la fuerza de estas criaturas míticas, y soñaba con poder ver uno en persona algún día. Un día, mientras paseaba por el bosque cerca del pueblo, Takeshi escuchó un rugido atronador que lo hizo detenerse en seco.

Con temor pero también con emoción, se adentró en el bosque siguiendo el sonido hasta llegar a una clara donde vio a un enorme dragón dorado. El dragón parecía herido y asustado.

Takeshi sintió compasión por él y decidió acercarse lentamente. El dragón lo miró con sus ojos brillantes y dejó escapar un gemido lastimero. Takeshi supo en ese momento que tenía que ayudarlo.

"Tranquilo amigo dragón, no te haré daño", dijo Takeshi con voz suave mientras extendía su mano hacia él. El dragón olfateó la mano de Takeshi y pareció sentir su buena voluntad. Con cuidado, Takeshi revisó las heridas del dragón y utilizó sus conocimientos de medicina natural para curarlo.

Día tras día, Takeshi visitaba al dragón en el bosque, trayéndole alimentos frescos y agua limpia. Poco a poco, el vínculo entre ellos se fortaleció hasta convertirse en una amistad inquebrantable.

Un día, cuando el dragón ya estaba completamente recuperado, le dijo a Takeshi:"Gracias por tu bondad y tu valentía al ayudarme cuando más te necesitaba. Como muestra de mi gratitud, quiero concederte un deseo". Takeshi se quedó sorprendido ante estas palabras.

Después de pensarlo detenidamente, dijo:"Quisiera aprender a volar contigo sobre los cielos de Japón. "El dragón sonrió con complicidad y asintió con la cabeza. Con delicadeza tomó a Takeshi entre sus garras y juntos se elevaron por los cielos azules como si fueran uno solo.

Durante ese increíble vuelo, Takeshi pudo ver su pueblo desde las alturas e incluso divisar montañas nevadas a lo lejos. Sintió una felicidad indescriptible al experimentar la libertad de surcar los cielos junto a su amigo dragón.

Al regresar al pueblo al atardecer, todos quedaron maravillados al ver a Takeshi montando sobre el lomo del majestuoso dragón dorado.

Desde ese día en adelante, Takeshi siguió cultivando su amor por el arte inspirado por todas las aventuras vividas junto a su amigo Dragón Dorado.

FIN.

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