El Aula de los Sueños
En la pequeña ciudad de Melo, había una escuela llena de risas y juegos, pero también de preocupaciones. Un grupo de practicantes maestras llegaba todos los días a aprender, pero se sentían perdidas. Ellas eran Valeria, Sofía, y Carla. No sabían exactamente cómo enseñar y, a veces, se quedaban paradas sin hacer nada.
Un día, mientras intentaban decidir qué hacer en la clase, escucharon un grito fuerte que resonó por los pasillos.
"¡Ustedes! ¡Silencio! ¡Ya!" - era la voz de la maestra Elvira, conocida por su forma brusca de tratar a los niños. Ella no tenía paciencia y siempre estaba gritando.
Los niños, asustados, miraban al suelo. Todos temían a Elvira.
"¿Por qué no pueden ser más como los otros maestros?" - decía, sin pensar en cómo se sentían aquellos pequeños.
Valeria, Sofía y Carla se miraron, sintiendo que tenían que hacer algo, pero no sabían cómo.
"No puedo soportar verla gritarles así" - dijo Valeria, con tristeza.
"¡Nosotras somos maestras también! Deberíamos ayudar a esos niños" - añadió Sofía.
"Pero, ¿y si no sabemos qué hacer?" - suspiró Carla.
Ese día, decidieron organizar un viaducto de ideas. Se sentaron en el patio de la escuela y dejaron que sus pensamientos fluyeran.
"¿Qué tal si hacemos una actividad divertida?" - propuso Sofía.
"Podemos crear un rincón donde los niños puedan dibujar y expresarse sin miedo" - sugirió Carla.
"¡Sí! Y también podemos contarles historias" - dijo Valeria emocionada.
Las tres practicantes se sintieron animadas. Se pusieron a trabajar en un espacio lleno de colores y risas. Esa tarde, no se dieron cuenta de que a través de sus dudas, estaban forjando un lugar de aprendizaje mágico.
Al día siguiente, invitaron a los niños a su rincón especial. Pusieron música alegre y repartieron hojas blancas y colores.
"¡Bienvenidos al aula de los sueños! Aquí pueden crear lo que quieran" - dijeron juntas.
Los niños miraron asombrados. Algunos comenzaron a dibujar, otros a contar historias sobre sus aventuras. Se reían y compartían. El rincón comenzó a llenarse de alegría. Pero, al escuchar el ruido, Elvira llegó con sus gritos.
"¡Callen esos chicos! ¡Esto es una escuela, no un salón de juegos!" - bramó mientras hacía temblar las ventanas.
Valeria, Sofía y Carla sabían que tenían que actuar. Se acercaron a Elvira.
"Maestra Elvira, ¿puede venir a ver cómo trabajan los chicos?" - le pidió Valeria con voz firme.
Elvira, sorprendida, se cruzó de brazos pero decidió mirar. Al ver cómo los niños estaban felices y concentrados, su rostro cambió. Ellos estaban disfrutando y creando.
"Pero esto no es lo que se hace en una escuela" - murmuró, aunque su tono no era tan fuerte.
"Pero aprender también puede ser divertido, ¿verdad?" - le preguntó Sofía.
Elvira se quedó pensando. Algo en ella comenzó a cambiar. Esa tarde, decidió unirse al rincón de los sueños.
"¿Me pueden contar sobre sus dibujos?" - preguntó con una pequeña sonrisa.
Los niños comenzaron a hablarle, cada uno compartiendo sus historias. La rigidez de Elvira se fue desvaneciendo. Las tres maestras se dieron cuenta de que su idea había funcionado y que la magia de la enseñanza era crear un espacio donde todos se sintieran cómodos.
Con el paso de los días, Elvira dejó de gritar. Aprendió a escuchar a los niños y a darles espacio para expresarse.
Valeria, Sofía y Carla, aunque al principio dudaban de sí mismas, se dieron cuenta de que el verdadero poder de la maestra era la empatía y la alegría de aprender.
Así, la escuela de Melo se transformó en un lugar lleno de creatividad y amor, donde cada niño y cada maestra podía brillar.
Y así, gracias a un rincón mágico y tres practicantes decididas, todos aprendieron que la enseñanza se basa en el cariño y el apoyo mutuo. Elvira se volvió una maestra más comprensiva, y los niños reafirmaron su amor por aprender.
Desde aquel día, la escuela de Melo no solo fue un lugar donde se aprendía, sino un aula repleta de sueños, risas y confianza.
FIN.