El Aula de Machacuay



Era un día soleado en la escuela primaria de 5.B, y como siempre, el aula parecía un verdadero caos. Los pupitres estaban desordenados, algunos niños estaban en el suelo jugando y otros haciendo ruido como si estuvieran en una fiesta. En medio de este bullicio, Mathias, un niño con una sonrisa contagiosa, era el rey del desorden. Siempre llevaba con él a su inseparable muñeca, una palta verde que llamaba 'Puchaina amarilla', y juntos eran invencibles.

"¡Vamos, Puchaina! ¡Hoy tenemos que hacer algo grandioso!" - decía Mathias emocionado mientras movía la muñeca por el aire.

"Mathias, no hay que jugar entre los libros, ¡puedes romper algo!" - le gritó Sofía, la voz de la razón del grupo, intentando poner orden en ese mar de locura.

Pero Mathias solo sonrió, sin hacerle caso. Había algo especial en su energía que hacía que sus compañeros lo siguieran. Y así, entre risas y juegos, la maestra, la señora Mendoza, decidió intervenir.

"Niños, es hora de que se organicen. No podemos seguir así. ¡Hagamos un concurso de creatividad!" - propuso.

Los ojos de los niños se iluminaron de emoción. La señora Mendoza explicó que cada uno debía formar equipos y crear algo divertido, pero con un límite de tiempo. Todos comenzaron a murmurar y a organizarse, pero Mathias aún estaba entusiasmado con su idea.

"¡Yo quiero que Puchaina y yo seamos un equipo!" - exclamó Mathias, mientras movía la muñeca en círculos.

"¡Sí, vamos a ser el equipo más loco de todos!" - animó uno de sus amigos, Lucas.

Así que Mathias, Lucas, y algunos más, formaron un equipo. Sofía decidió unirse al grupo para ayudar a que las ideas estuvieran más organizadas. Al principio, fue un poco complicado porque a Mathias no le gustaba seguir un plan. Él quería hacer todo a su manera.

"¡No, no! ¡Esto tiene que ser diferente!" - decía.

Sofía respiró hondo y le dijo:

"Mathias, ¿qué pasaría si combinamos nuestras ideas? Podemos hacer algo increíble. Solo necesitamos trabajar juntos."

Mathias miró a sus amigos y vio a Puchaina amarilla entre sus manos. Entonces comprendió que la verdadera magia estaba en las diferentes ideas.

"¡Está bien! ¡Hagamos una historia con Puchaina como heroína!" - dijo Mathias, más entusiasmado que antes.

Los niños empezaron a armar una narrativa en la que Puchaina amarilla debía salvar el mundo del desorden. Cada uno aportó una parte: Sofía era la encargada de dibujar el gran mural, Lucas se ocupó de encontrar materiales para hacer disfraces, y así, juntos crearon una obra de arte en el aula.

Cuando llegó el momento de presentar su creación a la clase, todos estaban emocionados, aunque un poco nerviosos. Mathias se puso su disfraz de palta y, con Puchaina en el brazo, empezó a contar la historia.

"¡Puchaina amarilla voló por el aire y desordenó todo! Pero en vez de eso, ayudó a los niños a aprender a trabajar juntos para poner todo en orden" - dijo Mathias mientras sus amigos aplaudían.

Al final de la presentación, la señora Mendoza se acercó con una gran sonrisa.

"¡Bravo! Han hecho un trabajo maravilloso, y lo más importante, aprendieron a colaborar en equipo. El desorden puede ser divertido, pero también pueden transformar el aula en un lugar increíble con solo un poco de organización y trabajo en conjunto."

Desde aquel día, el aula de Machacuay no fue solo un espacio de desorden. Los niños aprendieron que podían ser creativos y divertidos, pero también que el trabajo en equipo les traía grandes recompensas. Así, el caos se convirtió en una fuente de inspiración y unidad para todos, sin dejar de ser el lugar más divertido de la escuela.

FIN.

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