El Aula Sin Barreras



En una pequeña escuela ubicada en un barrio alegre de Buenos Aires, un grupo de niños y adolescentes compartían un aula. La maestra, la señora Marta, siempre fomentaba la inclusión y la amistad entre sus estudiantes. Había un chico llamado Tomás que era un poco diferente a los demás. A veces se sentía un poco aislado porque le costaba un poco seguir el ritmo de las clases y su forma de comunicarse era especial. Un día, Marta decidió hacer una actividad diferente para promover la inclusión en el aula.

"Hoy vamos a hacer un juego especial para conocernos mejor y aprender a trabajar juntos", anunció Marta, sonriendo.

Los chicos se entusiasmaron. Les explicó que cada uno debería contar algo que les gusta y algo que les hace sentir diferentes. Así, todos podrían conocerse un poco más. Tomás, un poco nervioso, levantó la mano.

"A mí me gusta dibujar, pero a veces no puedo expresarlo como quisiera", dijo con un tono tímido.

Sus compañeros se miraron entre sí, algunos sin entender del todo. Pero Martina, su mejor amiga, lo alentó.

"¡Eso es genial, Tomás! Yo no sé dibujar, pero me gustaría aprender."

Al escuchar eso, Tomás sonrió. La siguiente en pasar fue Ana.

"A mí me encanta bailar, pero a veces siento que no tengo el ritmo que los demás."

La clase siguió con cada uno compartiendo sus pasiones y sus inseguridades. Pero en el nudo de la historia, una de las compañeras, Sofía, comenzó a burlarse de Tomás cuando un pequeño grupo de amigas la siguió.

"¿Dibujar? ¡Eso no cuenta como hacer algo divertido!" se rió Sofía.

Los demás se quedaron en silencio, sintiendo la incomodidad en el aire. Pero Ana, con valentía, se levantó y dijo:

"¡Alto! A veces lo que no entendemos nos da miedo, pero eso no significa que debamos burlarnos. Todos tenemos nuestros talentos. Tomás dibuja mejor que nadie, y sus dibujos cuentan historias increíbles."

La clase comenzó a murmurar. Algunos recordaron los hermosos dibujos que Tomás había mostrado en otras ocasiones. Marta, viendo la situación, decidió interceder.

"Ana tiene razón. Cada uno de ustedes tiene un talento único que debe ser respetado y celebrado. Ahora, en vez de reírnos, trabajemos juntos en un proyecto donde cada uno pueda mostrar su habilidad."

Poco a poco, los chicos comenzaron a colaborar. Algunos se pusieron a dibujar con Tomás, otros escribieron cuentos, y otros solían bailar. Así nació la idea de presentar una exposición de arte y talento en la escuela.

A medida que se acercaba la fecha de la exposición, más y más estudiantes se unieron al proyecto. Sofía, al ver todo lo que los demás estaban haciendo, se sintió excluida y dejó de molestar a Tomás. Al final, la exposición resultó ser un gran éxito.

"¡Miren todo lo que logramos juntos!" exclamó Tomás, mientras mostraba su mural lleno de colores y figuras.

Cada uno presentó su talento y compartió lo que había aprendido de sus compañeros. Sofía, sintiéndose mal por sus actitudes pasadas, se acercó a Tomás al final de la exposición.

"Perdóname, Tomás. Me di cuenta de que no debo juzgar lo que no entiendo. Te admiro más de lo que creía."

Tomás sonrió, y en un acto de inclusión y amistad dijo:

"Gracias, Sofía. Todos aprendemos de todos, y eso es lo más lindo."

La experiencia les enseñó a todos que las diferencias son solo barreras que pueden ser derribadas cuando trabajamos juntos y nos apoyamos mutuamente. Desde aquel día, el aula se volvió un lugar aún más especial, lleno de comprensión, respeto y sobre todo, amistad.

FIN.

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