El ayudante de Pascua
Había una vez un niño llamado George, que vivía en un pequeño pueblo en Argentina. George era un niño muy curioso y siempre estaba buscando aventuras.
Un día, mientras exploraba el bosque cerca de su casa, se encontró con un conejo muy peculiar. El conejo tenía un pelaje blanco como la nieve y unos ojos brillantes como estrellas.
Pero lo más sorprendente era que llevaba puesto un chaleco de colores brillantes y sostenía una canasta llena de huevos de Pascua. - ¡Hola! - dijo George emocionado al ver al conejo -. ¿Quién eres? - Hola, soy el Conejo de Pascuas - respondió el conejo con una voz suave y amigable -.
Estoy aquí para repartir huevos de chocolate a todos los niños buenos del mundo. George se quedó boquiabierto. Nunca había conocido al Conejo de Pascuas antes y estaba emocionado por esta nueva aventura. - ¡Eso es increíble! - exclamó George -.
¿Puedo ayudarte a repartir los huevos? El Conejo de Pascuas sonrió y asintió con la cabeza. - Claro, sería maravilloso tener tu ayuda. Pero primero debes superar tres pruebas para demostrar que eres digno de ser mi ayudante.
George aceptó el desafío sin dudarlo y el Conejo de Pascuas le explicó las pruebas que debía enfrentar. La primera prueba consistía en encontrar cinco huevos especiales escondidos por todo el bosque.
Cada huevo tenía un color diferente y George debía encontrarlos siguiendo las pistas que el Conejo de Pascuas le había dejado. George corrió por el bosque, buscando y encontrando los huevos uno por uno.
Fue una tarea difícil, pero George no se rindió y finalmente encontró todos los huevos. - ¡Bien hecho! - exclamó el Conejo de Pascuas -. Has superado la primera prueba. La segunda prueba era un desafío de habilidad. George debía lanzar los huevos al aire y atraparlos sin romperlos.
El Conejo de Pascuas le enseñó la técnica adecuada y George practicó hasta que logró hacerlo perfectamente. - ¡Increíble! - dijo el Conejo de Pascuas -. Estás listo para la última prueba. La tercera prueba era un juego de memoria.
El Conejo de Pascuas mostraba una secuencia de colores con los huevos y George debía repetirla en orden exacto. George concentró toda su atención en el juego y logró recordar cada detalle.
Pasaron muchas rondas y cada vez se volvía más difícil, pero George nunca perdió la calma y siguió adelante hasta completar todas las secuencias correctamente. - ¡Lo has logrado! - exclamó el Conejo de Pascuas emocionado -. Eres digno de ser mi ayudante.
Desde ese día, George se convirtió en el ayudante del Conejo de Pascuas. Juntos recorrieron pueblos repartiendo huevos alegremente a todos los niños buenos.
George aprendió mucho durante su aventura con el conejo mágico: la importancia del esfuerzo, la perseverancia y siempre tener una actitud positiva. Además, descubrió que ayudar a los demás puede traer mucha felicidad.
Y así, George y el Conejo de Pascuas se convirtieron en grandes amigos y cada año, durante la Pascua, continuaron repartiendo huevos de chocolate juntos, llenando los corazones de todos los niños con alegría y amor. Fin.
FIN.