El Baile de la Alegría



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes y ríos cristalinos, un joven llamado Elio. Elio era conocido por todos como una persona de gran corazón. Nunca mostraba maldad y siempre se preocupaba por los demás. Sus días transcurrían entre risas, juegos y mucho baile, porque a Elio le encantaba bailar de todo: desde el tango hasta el rock, pasando por la cumbia.

Cada mañana, Elio se despertaba lleno de energía y se pasaba horas en el parque, enseñando a los niños a bailar.

"¡Vamos, chicos! ¡Hoy aprenderemos una danza nueva!" - gritaba con entusiasmo.

Los niños lo adoraban.

"¡Sos el mejor, Elio!" - decían con sonrisas enormes.

Pero, en el fondo, Elio llevaba un pequeño dolor. Había perdido a su abuela, quien siempre lo animaba a seguir sus sueños. Sin embargo, en lugar de dejar que ese dolor lo consumiera, Elio decidió usarlo como una fuerza que lo impulsara a ser mejor.

"Si ella estuviera aquí, querría que siguiera bailando y siendo feliz" - repetía para sí mismo.

Un día, mientras bailaba en la plaza del pueblo, Elio vio a una joven bailando de forma diferente, parecía que estaba volando.

"¿Cómo te llamás?" - le preguntó con curiosidad.

"Me llamo Sofía. Me encanta bailar, pero nunca me atreví a mostrarlo mucho" - respondió timidamente.

Elio, al notar su tristeza, la invitó a bailar juntos.

"¡Vamos! En este lugar la alegría se comparte, no se esconde!" - la animó.

Sofía dudó al principio, pero luego se unió a él, y juntos crearon una hermosa coreografía.

"¡Mirá! Así es más divertido. ¡Vamos, Sofía! ¡Dale todo!" - le decía Elio con alegría, y así, lentamente, Sofía comenzó a brillar.

El pueblo comenzó a reunirse para verlos bailar, y todos se llenaron de felicidad.

Sin embargo, en medio de su diversión, un grupo de personas llegó y empezó a reírse de su baile.

"¡Miren a esos dos! ¿Qué les pasa?" - se burlaron.

Elio, aunque dolido por las palabras, gritó con optimismo:

"¡Bailamos porque amamos la danza! ¡No importa lo que digan!"

Sofía, inspirada por la valentía de Elio, agregó:

"Sí, ¡bailar es compartir alegría!"

Los niños que estaban mirando, comenzaron a aplaudir y a unirse a la danza, y poco a poco, incluso los que se burlaban comenzaron a sonreír.

"Tal vez, bailar no es tan malo después de todo" - murmuró uno de los burlones.

Esa fue la noche del gran baile del pueblo. Elio y Sofía prepararon una hermosa presentación. Todos estaban ansiosos por verlos bailar.

"Confía en ti misma, Sofía. ¡Hoy es nuestro día!" - le dijo Elio.

Sofía, llena de confianza ahora, tomó la mano de Elio y juntos brillaron como nunca ante la multitud.

El pueblo aplaudía y animaba.

"¡Bailen! ¡Bailen más!" - gritaban con alegría.

Al finalizar el baile, Elio miró a Sofía con orgullo.

"Lo hicimos, Sofía. Mostramos que el baile une a las personas y que nuestro dolor, si lo compartimos, se convierte en energía para ser felices".

Sofía sonrió y lo abrazó.

"Gracias, Elio. Siempre me recordaste que el amor y la alegría son más grandes que cualquier tristeza. ¡Bailar es la mejor forma de expresar eso!"

Desde ese día, Elio y Sofía se volvieron inseparables. Juntos, seguían enseñando a bailar a todo el pueblo, y poco a poco, Elio fue aprendiendo a transformar su dolor en una hermosa danza que traía alegría a todos.

Y así, Elio descubrió que la verdadera libertad no solo está en el baile, sino también en el amor y en compartirlo con los demás.

FIN.

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