El Baile de las Telas Celestes



Era un día soleado en el pequeño pueblo de Arbolito, donde la brisa suave acariciaba las hojas de los árboles y los pájaros cantaban alegres. En el centro del pueblo, había un gran árbol frondoso que se alzaba como un guardián del parque. Un día, Maya, una chica llena de energía y creatividad, decidió que ese sería el escenario perfecto para un espectáculo muy especial.

Maya era conocida por su amor al baile. Siempre había sentido que en cada movimiento podía expresar sus sueños, sus miedos y sus alegrías. Desde pequeña, había sido alentada por su abuela, quien le decía:

"Maya, nunca dejes de bailar. La danza es el lenguaje del alma".

Así que, llena de entusiasmo, Maya se subió al árbol con tres largas telas celestes que había hecho con su abuela. Las telas ondeaban al viento, pareciendo alas que la invitaban a volar. Maya las anudó a las ramas del árbol y comenzó a moverse, fusionando su danza con la naturaleza.

El espectáculo no pasó desapercibido. Los niños del barrio, al ver a Maya en el árbol, comenzaron a acercarse, asombrados. Entre risas y gritos de asombro, se fueron formando grupos:

"¡Mirá cómo baila!" - exclamó Tomi, uno de los más pequeños.

"¡Es como un hada!" - agregó Lila, la niña del pelo rizado.

Maya sonreía al ver a sus amigos tan entusiasmados. Con cada giro y cada paso gracioso, dejaba que la alegría de su danza se esparciera por el aire. Pero de repente, un fuerte viento sopló y una de las telas se enredó en una rama. La situación se volvió un poco complicada.

"¡Ay, no!" - gritó Maya, tratando de liberar la tela sin dejar de mantener su equilibrio.

"¡Maya, ten cuidado!" - advirtió Fede, el más prudente del grupo.

Pero Maya, con su espíritu valiente y lleno de energía, no se dejó asustar. Recordó las enseñanzas de su abuela:

"A veces, las cosas no salen como uno quiere, pero eso no significa que debas rendirte. Aprende a adaptarte y seguir adelante".

Con un movimiento decidido, desenredó la tela del árbol y, en lugar de asustarse, se dejó llevar por el ritmo del viento. Incorporó el movimiento de la tela en su baile, haciéndola parte de su danza. Pronto, los niños comenzaron a seguirla, moviendo sus propios brazos al compás de la música de la naturaleza.

"¡Eso es! ¡Sigan el ritmo!" - animó Maya, sintiendo cómo la alegría los envolvía a todos.

Así fue como ese día, en el árbol, no solo bailó Maya, sino que también lo hicieron todos los niños del pueblo. Rieron, saltaron y movieron sus cuerpos, llenando el parque de luz y diversión. La tela celeste se convirtió en un símbolo de creatividad y trabajo en equipo. Poco a poco, los niños dejaron sus miedos atrás y se entregaron por completo a la danza.

Al final del día, cansados pero felices, se sentaron juntos bajo el árbol. Maya compartió con ellos lo que había aprendido:

"A veces, no todo sale como lo planeamos, pero eso puede llevarnos a momentos aún más hermosos. La clave está en nunca rendirnos y en adaptarnos".

Los niños, con los ojos brillando de emoción, estaban de acuerdo.

"¡Queremos hacer un espectáculo todos juntos!" - dijo Lila, entusiasmada.

"Sí, ¡bailar y reír!" - agregó Tomi.

Y así, nació la idea de formar un grupo de danza comunitario. Todos se proponían colaborar y crear juntos, cada uno aportando algo especial. Al día siguiente, ya tenían un nombre: "Los Guardianes del Viento". Desde entonces, cada semana se reunían bajo ese gran árbol, con sus telas de colores, riendo, bailando y aprendiendo los unos de los otros.

Así, el rincón del árbol en Arbolito se convirtió en un lugar de magia y amistad, donde el baile no solo unía cuerpos, sino también corazones y sueños. Y Maya entendió que, a veces, el verdadero espectáculo no era solo su danza, sino la alegría de compartirlo con sus amigos. Con el tiempo, los Guardianes del Viento se volvieron importantes para el pueblo, trayendo luz, risas y un recordatorio de que la vida siempre puede ser un baile, si elegimos hacerlo juntos.

FIN.

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