El baile de Lola y Ana


Lola era una niña argentina llena de energía y entusiasmo. Desde muy pequeña, había quedado fascinada por el flamenco, un baile lleno de pasión y ritmo que la hacía vibrar.

Soñaba con mover sus pies al compás del taconeo y sentir cómo su vestido rojo con lunares blancos se movía al son de la música. Pero Lola no tenía a nadie que le enseñara a bailar flamenco.

Vivía en un pequeño pueblo donde este estilo de danza no era muy conocido, así que se sentía desanimada y sin esperanzas. Sin embargo, su espíritu perseverante la llevó a buscar soluciones creativas.

Un día, mientras paseaba por el parque cerca de su casa, Lola escuchó unos acordes de guitarra provenientes de debajo de un árbol. Se acercó curiosa y encontró a Don Ángel, un anciano músico que tocaba melodías flamencas con maestría. "¡Hola! ¿Podrías enseñarme a bailar flamenco? Siempre he querido aprender", preguntó Lola emocionada.

Don Ángel sonrió amablemente y le respondió: "Claro que sí, pequeña. El flamenco es una expresión del alma y estoy seguro de que tienes mucho talento".

A partir de ese día, Lola comenzó a tomar clases con Don Ángel en el parque cada tarde después del colegio. Aunque no era lo mismo sin música en vivo ni palmas como en los tablaos flamencos tradicionales, ellos improvisaban con las canciones grabadas en una vieja radio portátil.

Lola practicaba todos los días, dedicando horas a perfeccionar cada paso y movimiento. A medida que avanzaba, empezó a sentir la pasión y el poder del flamenco fluir a través de su cuerpo.

Un día, mientras Lola bailaba con gracia en el parque, una niña llamada Ana se acercó emocionada. Al ver el talento de Lola, le preguntó si podía unirse a sus clases. "¡Claro! Será genial tener una compañera de baile", respondió Lola entusiasmada.

Lola y Ana comenzaron a practicar juntas todos los días. Su amistad fue creciendo al ritmo de la música y compartían risas y sueños mientras danzaban al compás del flamenco.

Pero un día, Don Ángel anunció que debía mudarse a otra ciudad para estar cerca de su familia. Lola y Ana se sintieron tristes por perder a su querido maestro, pero sabían que no podían dejar que eso las detuviera en su camino hacia el flamenco.

Decidieron buscar otro profesor y encontraron a Doña Carmen, una bailaora profesional que vivía en un pueblo cercano. Con mucho esfuerzo y ayuda económica de sus familias, lograron viajar hasta allí cada semana para tomar clases con ella.

Doña Carmen quedó impresionada por la pasión y habilidad de las dos niñas. Las guió con paciencia y dedicación, enseñándoles técnicas más avanzadas e inspirándolas con historias sobre grandes bailaores flamencos. Con el tiempo, Lola y Ana se convirtieron en unas verdaderas estrellas del flamenco.

Participaron en festivales locales donde deslumbraron al público con su talento y carisma. Su amistad se fortaleció aún más, convirtiéndose en hermanas de corazón. Lola nunca olvidó a Don Ángel, el hombre que le abrió las puertas del flamenco.

Le escribía cartas contándole sus logros y agradeciéndole por creer en ella desde el principio.

Así, Lola demostró que no importa cuán difícil sea alcanzar un sueño, siempre hay una forma de hacerlo realidad si tienes pasión, perseverancia y encuentras personas dispuestas a ayudarte en el camino. Y así como los lunares blancos adornaban su traje rojo, Lola y Ana dejaron huellas imborrables en cada escenario donde bailaban, inspirando a otros niños a seguir sus propios sueños con valentía y determinación.

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