El baile de los duendes



Había una vez en un pequeño pueblo rodeado de montañas, un grupo de amigos muy curiosos y aventureros: Martín, Sofía, Juan y Clara.

Les encantaba explorar juntos el bosque que se encontraba cerca de sus casas y descubrir todos los secretos que este escondía. Una mañana soleada, decidieron adentrarse más allá de lo habitual en el bosque. El aire fresco acariciaba sus rostros mientras caminaban entre los altos árboles.

De repente, escucharon un sonido misterioso que parecía venir del otro lado del arroyo. Intrigados, se acercaron sigilosamente para descubrir qué era. -¡Miren! ¡Es una cueva! -exclamó Clara señalando hacia adelante.

Entraron con cautela a la oscura cueva, guiados por la luz tenue que se filtraba desde la entrada. El suelo era irregular bajo sus pies y podían escuchar el eco de sus pasos resonando en las paredes húmedas. De repente, Martín detuvo al grupo con gesto silencioso.

Escucharon un murmullo lejano que poco a poco fue tomando forma de música suave y melodiosa. Se acercaron lentamente hacia la fuente del sonido y descubrieron a una familia de duendes tocando instrumentos extraños.

Los niños observaban maravillados cómo los duendes bailaban al compás de la música, creando un espectáculo mágico ante sus ojos. Los colores brillantes inundaban la cueva mientras los sonidos envolvían sus sentidos. -¡Esto es increíble! Nunca imaginé encontrar algo así en el bosque -susurró Juan emocionado.

Los duendes notaron la presencia de los niños y los invitaron a unirse a su baile festivo. Los cuatro amigos no dudaron ni un segundo y empezaron a moverse al ritmo alegre de la música junto a las criaturas mágicas.

El tiempo pareció detenerse mientras compartían risas y alegría en aquel lugar especial. El aroma dulce de las flores silvestres se mezclaba con el sabor fresco del aire puro del bosque, creando una experiencia sensorial única e inolvidable para los niños.

Finalmente, cuando el sol comenzó a ponerse en el horizonte, los duendes se despidieron con amabilidad y les regalaron pequeñas piedras brillantes como recuerdo de su encuentro.

Los amigos salieron de la cueva llenos de emoción y gratitud por haber vivido esa aventura extraordinaria juntos. Desde ese día, Martín, Sofía, Juan y Clara siguieron explorando el bosque con renovado entusiasmo, sabiendo que siempre hay sorpresas maravillosas esperando ser descubiertas si uno está dispuesto a abrirse a lo desconocido.

Y así continuaron creciendo juntos en amistad y aprendizaje constante sobre el mundo que los rodeaba.

FIN.

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