El Baile de los Fantasmas



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Inflamundo, un grupo de niños curiosos que siempre estaban buscando aventuras. Un día, escucharon un rumor sobre una vieja mansión que estaba llena de fantasmas. La mansión, según decían, había sido el lugar de una gran boda muchos años atrás. El misterio los intrigó tanto que decidieron investigar.

-Tengo una idea –dijo Tomás, el más valiente del grupo–. Vamos a ir a la mansión esta noche, ¡seguro encontramos algo interesante!

-Pero, ¿y si hay fantasmas? –preguntó Clara, un poco asustada–. Dicen que su amor no terminó bien y que todavía rondan por ahí.

-No te preocupes, Clara –dijo Mateo, el más optimista–. Si están ahí, solo querrán bailar.

Los niños se armaron de valor y, cuando cayó la noche, se dirigieron a la mansión. Al llegar, la puerta crujió y se abrió, como invitándolos a entrar. Una vez dentro, notaron que todo estaba cubierto de polvo y telarañas.

-Bueno, ¿alguno tiene una linterna? –susurró Clara.

-¡Yo! –gritó Mateo, encendiendo la linterna y apuntando hacia el enorme salón donde se celebró la boda.

A medida que los niños exploraban la mansión, comenzaron a escuchar música suave. Con cautela, se acercaron y vieron a un grupo de fantasmas, elegantemente vestidos, bailando en un gran círculo.

-Veámoslo -dijo Tomás, con los ojos brillantes de emoción–. ¡Esto es increíble!

Los fantasmas se dieron cuenta de la presencia de los niños pero, en lugar de asustarse, sonrieron y les hicieron señales para unirse a ellos.

-¡Vengan, niños! ¡Bailen con nosotros! –exclamó una fantasma de hermoso vestido blanco. Era Clara, la novia de la boda perdida.

Nosotros solo queríamos seguir disfrutando del amor de ese día –agregó un fantasma con un traje de gala –. Pero con el tiempo, olvidaron que debían seguir adelante, por eso nunca salimos de aquí.

Los niños se animaron y empezaron a bailar con los fantasmas. Al son de la música, Clara, la novia, les contó cómo su gran día había terminado en confusión y tristeza, pero lo que más deseaban era que el amor no se convirtiera en un peso, sino en un recuerdo hermoso.

-Muchachos, no dejen que el pasado les pese –les dijo la novia con ternura–. Recuerden que el amor siempre debe estar presente en sus corazones, pero también que siempre es bueno dejar ir lo que no les sirve más, como el dolor del pasado.

Después de un rato, los fantasmas empezaron a desvanecerse, con sonrisas plenas en sus rostros.

-Esto es tan mágico –dijo Mateo, con lágrimas de alegría en sus ojos–. Nunca olvidaré este baile.

-¡Y yo tampoco! –exclamó Clara, feliz–. Gracias por recordarnos que el amor siempre puede transformarse, pero no se extingue.

Al salir de la mansión, los niños se abrazaron, sabiendo que esa noche habían aprendido una gran lección sobre el amor, la pérdida y el poder de seguir adelante. Desde entonces, Inflamundo nunca volvió a ser igual. Cada año, en la fecha de la boda, los niños hacían una fiesta en la plaza del pueblo para celebrar el amor, recordando que lo más importante en la vida era bailar, reír y nunca olvidar dejar ir el pasado para abrirse nuevas oportunidades.

Los fantasmas siguieron visitando la fiesta cada año, mirando a los niños bailar con alegría, contentos de que su historia se hubiese convertido en un símbolo de amor eterno y transformador. Y así, en Inflamundo, el amor y el recuerdo de una boda feliz se convirtió en una tradición que uniría a las almas, ya fueran humanas o espectrales, para siempre.

FIN.

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