El Baile de los Pasitos Mágicos
En un pequeño pueblo llamado Rítmópolis, la gente siempre estaba alegre y en movimiento. Los colores de las casas y la música cumbiando resonaban en cada rincón. Cada tarde, los habitantes se reunían en la plaza principal para disfrutar de la música y bailar.
Un día, mientras el sol brillaba y las palomas volaban, dos amigos inseparables, Lila y Tomi, decidieron crear su propio baile.
"¿Y si hacemos un baile que se llame ‘Los Pasitos Mágicos’?" - sugirió Lila, moviendo sus brazos como si ya estuviera bailando.
"¡Sí! Pero debemos hacerlo especial, con movimientos que nadie haya visto" - respondió Tomi emocionado.
Así que se sentaron en un banco del parque y comenzaron a pensar. Después de unos minutos, se les ocurrió mezclar movimientos de cumbia con saltitos y giros.
"Vamos a practicar en la plaza. Tal vez, alguien quiera unirse a nosotros" - dijo Lila con una sonrisa.
Cuando llegaron a la plaza, pusieron su música favorita y comenzaron a bailar. Hicieron saltitos, giraron y movieron las caderas, mientras los niños los miraban curiosos.
"¡Qué divertido! ¡Yo quiero intentarlo!" - gritó una niña llamada Sofía, que no podía contener su entusiasmo.
"Ven, aquí no se necesita ser perfecto, solo pasarla bien" - respondió Tomi.
De repente, un perro llamado Chispa se acercó moviendo su cola al ritmo de la música.
"¡Mirá! ¡Chispa también baila!" - exclamó Lila mientras aplaudía.
"Entonces, vamos a invitar a más amigos. ¡El baile fácil contagia!" - sugirió Tomi.
Lila y Tomi comenzaron a enseñar a los demás el baile. Cada niño traía sus propios movimientos, agregando saltos y giros creativos. La plaza estaba llena de risas, colores y pasos de baile. Una verdadera fiesta.
Un día, mientras practicaban, se dieron cuenta de que su baile había atraído a un grupo de adultos que miraban con curiosidad. Uno de ellos, el abuelo Mateo, se levantó de su silla:
"¿Puedo unirme? Solía bailar cumbia en mi juventud, pero lo he olvidado."
"¡Claro, abuelo Mateo! ¡Estamos creando un baile nuevo!" - respondió Lila emocionada.
El abuelo comenzó a mostrarles algunos pasos de cumbia tradicionales, y Lila y Tomi se dieron cuenta de que podían combinar lo viejo con lo nuevo.
"¡Esto está quedando genial!" - dijo Tomi mientras movía los brazos como una mariposa.
Pero entonces, un fuerte viento sopló y el altavoz que reproducía la música cayó al suelo.
"¡Oh no! ¡Se rompió!" - gritó Sofía, y todos se miraron preocupados.
"No importa, ¡sigamos bailando!" - exclamó Lila.
A medida que el sol comenzaba a ponerse, sin música, los niños decidieron seguir el ritmo palmeando sus manos y cantando. Pronto, el abuelo Mateo comenzó a contar una historia de su juventud, acompañada de un ritmo de palmas que todos siguieron.
Una coreografía improvisada nació, llena de risas, magia y sobre todo, amistad.
"Lo más importante no es tener música, sino tener ganas de bailar y divertirnos juntos" - dijo Mateo sonriendo.
Cuando terminaron, todos estaban cansados pero felices. Habían creado un baile que no solo era divertido, sino que conectaba a personas de todas las edades.
Al día siguiente, decidieron hacer un gran evento en la plaza. Todo el pueblo fue invitado a celebrar ‘Los Pasitos Mágicos’. Las luces brillaron, la música sonó y la alegría se sintió en cada rincón.
El abuelo Mateo, Lila, Tomi, Chispa y los demás bailaron juntos, sabiendo que habían formado un nuevo lazo de amistad a través del movimiento. Y así, en Rítmópolis, todos aprendieron que el baile no solo se trata de pasos, sino de compartir momentos mágicos con quienes queremos.
Desde aquel día, ‘Los Pasitos Mágicos’ se convirtieron en un símbolo de unión en Rítmópolis, donde todos, grandes y chicos, podían reír y celebrar la vida a través del baile.
FIN.