El Baile de Pino Suárez



En la pequeña comunidad de Pino Suárez, cada 3 de noviembre era un día esperado por todos. Las calles se llenaban de risas y música, y un aire festivo envolvía la plaza frente a la iglesia. Era el Día del Baile, una tradición que reunía a grandes y chicos para celebrar la amistad y la alegría.

Ese año, Lía, una niña de diez años, estaba especialmente emocionada. Se pasaba las tardes imaginando cómo sería el baile, y ya había hecho su disfraz de flores de colores brillantes para deslizarse bajo las luces. Pero había un problema: su mejor amigo, Tomás, sufre de timidez y nunca se atreve a bailar en público.

El 2 de noviembre, Lía lo buscó en su casa.

"¡Tomás! ¿Estás listo para mañana? ¡Va a ser increíble!" - preguntó Lía con entusiasmo.

"No sé, Lía... La verdad es que tengo miedo. Todos van a mirar y no sé si puedo hacerlo" - respondió Tomás, con la mirada baja.

"Pero eso es lo divertido, Tomás. Así hacemos nuevos recuerdos, y además, yo estaré a tu lado. ¡Bailamos juntos!" - le dijo Lía, tratando de animarlo.

Ella sabía que debía encontrar una manera de hacerlo sentirse mejor. Esa noche, imaginó un plan: crear una coreografía sencilla pero divertida, que pudiera hacer con su amigo.

Al día siguiente, la plaza estaba decorada con guirnaldas de papel de colores, y la música sonaba por todas partes. Las familias se reunían, riendo y charlando. Lía buscó a Tomás entre la multitud.

"¡Tomás! ¡Mirá lo que traje!" - exclamó ella, mostrando una banderita que habían hecho juntos. "Es nuestra señal, ¡cuando la levantemos, comenzamos a bailar!"

"Pero... ¿y si nadie quiere?" - respondió Tomás, dudoso.

"¡No importa! Lo hacemos por nosotros, para divertirnos" - insistió Lía, sonriendo con confianza.

Así fue como, cuando la noche llegó, Lía y Tomás se acomodaron en el centro de la pista de baile. Su corazón palpitaba de emoción. Lía levantó la banderita, y la música empezó a sonar más fuerte.

De repente, se dio cuenta de que muchos otros niños los estaban mirando, y Lía sintió que esas miradas la empujaban hacia adelante. Con un giro y dos saltos, comenzaron a bailar, animando a los demás a unirse. Tomás, al ver a sus amigos sonreír y a la gente aplaudir, comenzó a relajarse y a seguir el ritmo.

"¡Mirá, Tomás! ¡Ya no te da miedo!" - gritó Lía, riendo.

"¡Es verdad! ¡Esto es genial!" - respondió él, sintiendo cómo se desvanecían sus temores.

Pronto, la pista estaba llena de niños bailando y riendo todos juntos. La noche siguió con juegos, risas y un espectáculo de fuegos artificiales que encendieron el cielo. Al final, Lía y Tomás se abrazaron, agradecidos por haber superado el miedo juntos.

"Gracias por ayudarme, Lía. Hoy fue el mejor día de todos" - dijo Tomás, sonriendo con sinceridad.

"¡Y solo estamos comenzando! ¡El próximo año será aún mejor!" - respondió Lía, llena de alegría.

La comunidad de Pino Suárez se despidió esa noche con una promesa: bailar siempre, sin importar los miedos. Aprendieron que con amigos a su lado, cualquier desafío se puede superar, y así, la tradición del Baile de Pino Suárez siguió viva en el corazón de todos, cada 3 de noviembre, uniendo a la comunidad con risas, amor y valentía.

FIN.

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